(Poema de Maurizo Medo en su libro "Las interferencias" a León Félix Batista, a propósito de "Poema con fines de humo")
A León Félix Batista
Entre la última frase
(«con nuevos sustantivos»)
y esta, ya transcurrió un septenio.
Nunca publicaré un best seller.
Había pensado un libro cuya escritura alcance
el éxtasis que determina la forma
en una milésima de segundo. Con palabras
tales que dejen de ser ésas
y empiecen a ser otras
sin un significado ambiguo.
Son un momento –iría a escribir– salvo
se hayan trazado sobre el agua de un riachuelo
sin recordar más qué nos decían
hasta que las estrellas hablaran
con el pueblo, ardiendo fluorescentes
por mejores designios.
Pero, en estas páginas hay tantos muertos
como en un Spaghetti Western.
Faltan escenas de alto contenido sexual,
otras al borde del gorno, cuya violencia
aparezca como un ornamento artístico, ya
que, después de la autopsia, la muerte
prescinde de un legítimo argumento.
Solo está.
¿Será que ya no es igual
y uno debe resignarse a oír
el tañido del gong
en cada rimpianto?
Ni siquiera consigo
calibrar el giroscopio
para medir la altitud
del oleaje que ahora
arisca ofuscado.
El vehículo de Batista impactó a un árbol, debido a que la vía se encontraba
ocupada por una brigada de mantenimiento y limpieza .
Después del accidente, León publicó
Poemas con fines de humo.
Yo seguí con el libro.
Murieron mis “compañeros
de escritorio”, nos decíamos,
Luis Alberto Arellano, (†, jueves, 16 de diciembre del 2016)
Tamara Kamenszain, (†, miércoles 28 de julio del 2021)
Ángel Ortuño (†, viernes, 24 de setiembre del 2021)
También mis dos madres.
Giuliana Ferrero (†, martes 2 de setiembre del 2016)
Ludovina Núñez (†, domingo 23 de mayo del 2020)
Una con la velocidad del flash de un paparazi en la 6a avenida.
La otra, lenta, tan lentamente, que, incluso hoy, parece estar viva.
En cada muerte, morimos tanto que,
de tanto morir, nos conocemos
ya, tan de antemano, que recordar
a un “muerto” es un ritual celebrado
por quienes estamos aún fuera de
nómina, y tal vez por eso, blofeando
sobre la necesidad de redecorar la
antigua casa. Se trata de la zafia
ilusión de volver.
La muerte es una canción que no se aprende.
Isaías lo dijo bien: cada hombre debe
caminar sobre su propio fuego.
No en teoría.
Como una presciencia
Quizá esa sea la clave todo lo que
se expresa libre del antiguo drama
de escribir como una donde
el anacronismo resulta fecundo.
Yo no puedo “volver al poema”.
Es otro presente.
Ya nada es igual.
Si lo que se ha ido regresa,
esconde un error fatal: el pasado
se vuelve citable en un tiempo
narrado por el mar.
¿Puedo traducir del alemán
al yiddish la frase:
«Entschuldige, dass?»
al menos en una confusa versión, como
esos íconos de la tablilla sumeria donde
Dios olvidó la mitad de las cosas que
había creado. Después de todo, y aunque
la historia sea amoral, la idea de Dios
sería más legítima para el
pensamiento humano.
Europa exhibe sus ruinas.
También las de Dios.
Al fondo se ve el mar.
***
(Fuente: León Félix Batista)
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