lunes, 29 de mayo de 2023

Robert Creely (EEUU, 1926 - 2005)

 


La conspiración
 

Envíame tus poemas,
yo te envío los míos.
 
Las cosas tienden a despertar
incluso en la comunicación arbitraria.
 
Proclamemos la primavera,
inesperadamente. Y burlémonos
 
de los demás,
de todos los demás.
 
Te enviaré una foto también,
si me mandas una de ti.
 
(Trad. Tania Ganitsky)
*
 

Escalas

Para Buddy
 
Por último, esta pequeña
dimensión, su cómodo
final, la gente
se desvanece, el mundo
se reduce al recuerdo
del sitio en el que una vez estuvo,
y alrededor un sonido
de ir y venir, los susurros
del barrio donde lo que uno finalmente
ve, escucha, quiere, espera
aún reconocer—¿es
el sol? La hierba, el suelo,
el ladrido del perro, un ave,
las altas nubes que se abren, nuevas,
levantando el día—¿alguien?
*
 
 

Lugar

Tu rostro
en la mente, lento amor,
lento crecer, lento
para aprender lo suficiente.
Paciencia para aprender
a estar aquí, a saborear
lo que sea que haya
ahí fuera, aquí
sin ti, aquí
solo.
*
 
 

Eco

Toda la memoria
cuelga del árbol
para ver
un pájaro ser—
pero ahora tartamudea
para trabajar, cierra
las ventanas, se estremece
se sienta y murmura—
porque no puede
volver atrás, todavía
no puede
salir. Todavía no puede.
*
 
 

Cuevas

 

Gran parte de mi infancia parece
haber transcurrido en habitaciones—
al menos en la memoria, las persianas
 
bajas para hacerla más oscura, el
rayo de sol en el borde de la ventana.
Podía escuchar las abejas reuniéndose
 
alrededor de las lilas, el gorjeo de los pájaros
mientras el sol, todavía alto, empezaba a caer.
Era verano, en el paraíso del pequeño pueblo,
 
campos de heno, crujidos y graznidos
de troncos, de casa, de árboles, perros,
ancianos hablando, el solitario coche girando en alguna
 
esquina lejana de la calle Elm
lejos del ancho prado.
Abríamos cuevas o las encontrábamos,
 
bajando por el campo hacia el bosque. Teníamos
cabañas que construimos luego de sacudir
árboles, para conseguir ramas-
 
como recintos, frondosos, densos e in-
sustanciales. La memoria es la cueva
en la que uno finalmente vive, se arrastra
de manos y rodillas para entrar.
Si la Madre dice que no dibujes
las páginas del libro, que no colorees
a esa pequeña persona en la foto, entonces
no lo haces a menos que la compulsión, la distracción
te lo dicten y estés flotando
 
en alas de la fantasía, de la visión persistente
de lo que se ha visto aquí también, justo aquí,
en esta página abstracta. ¿Puedo usar el verde
cuando hayas terminado? Qué se supone que sea eso,
dice alguien. Todos los niños se agolpan
en lo que había sido una habitación vacía
 
donde uno intentaba al menos
dormir la siesta, estar callado, pensar
en nada más que en uno mismo.
 
(Trad. Luna Marina Companioni)
 
***
 
(Fuente: Cecilia Pontorno)

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