martes, 29 de diciembre de 2015

Rimbaud


LA ORGÍA PARISINA   



¡Cobardes, aquí está! ¡La estación os vomita!
El sol ha enjugado con su ardiente pulmón
los paseos que un día ocuparon los Bárbaros.
Ésta es la Ciudad santa, sentada al occidente.
¡Vamos! se han prevenido los reflujos de incendios.
Ved los muelles aquí, allá los bulevares,
las casas sobre el cielo azul, brillante, ingrávido,
antaño constelado por un rubor de bombas.
¡Esconded los palacios muertos en cajoneras!
El viejo día loco refresca los recuerdos.
Ved el rebaño rojo de impúdicas nalgueras:
locos, podréis ser raros, pues vais despavoridos.
Perras que vais en celo comiendo cataplasmas,
las casas de oro os llaman a gritos. ¡Id, volad!
¡Comed! La noche alegre con sus hondos espasmos
ha bajado a la calle. ¡Bebedores aciagos
bebed! Cuando amanece, con luz intensa y loca
que a vuestro lado husmea los lujos desbordados,
¿no os volvéis, frente al vaso, impávidos babosos,
con los ojos perdidos en blancas lejanías?
¡Tragad, para la Reina de nalgas en cascada!.
Escuchad cómo suenan los eructos estúpidos,
¡desgarrados! ¡Oíd, cómo en noches ardientes
saltan con estertores, viejos, peleles, siervos!
¡Corazones mugrientos, bocas horripilantes,
más fuerte, ¡masticad! hediondos gaznates!
Que les traigan más vino a estos lerdos innobles:
la andorga se os derrite de infamia, ¡Vencedores!
¡Desplegad vuestro olfato a las náuseas grandiosas!
¡Emponzoñad las cuerdas que esperan vuestros cuellos!
Posando, en vuestras nucas, sus manos enlazadas
el Poeta os impele, «¡cobardes!, a ser locos».
Como andáis escarbando el vientre de la Hembra
teméis que tenga aún un estremecimiento,
y grite, sofocando vuestra infame camada
contra su duro pecho, con horrible apretón.
Peleles, sifilíticos, locos, reyes, ventrílocuos,
¿qué le puede importar al putón de París
vuestras almas y cuerpos, harapos y ponzoñas?
¡Os zarandeará, hurañas podredumbres!
Y cuando hayáis caído, gimiendo contra el pecho,
derrumbados, pidiendo, locos, vuestro dinero,
la roja cortesana, la de las tetas bélicas
lejos de vuestros miedos, apretará los puños.
Después de haber bailado con furia en las tormentas,
París, tras recibir tan numerosos tajos,
cuando yaces, ahora, guardando en tus pupilas
luminosas, la dicha de un renacer salvaje.
¡Oh ciudad dolorida, oh ciudad casi muerta,
con tu rostro y tus pechos de cara al Porvenir,
ofrecida a la noche de mil puertas vacías,
y que un Pasado horrible podría bendecir:
cuerpo magnetizado para males enormes,
que te bebes la vida, espantosa, de nuevo,
al manar de tus venas un flujo de gusanos
blancos, mientras helados dedos rondan tu amor.
¡Y no está mal! Las larvas, las larvas macilentas
no podrán estorbar tu soplo de Progreso,
igual que las Estringes no apagaron el ojo
azul de las Cariátides que inunda un oro astral.
Aunque sea espantoso verte cubierta así;
aunque nunca ciudad fuera cambiada en úlcera
tan hedionda, en medio de la verde Natura,
el Poeta te dice: “Tu Belleza es espléndida”.
La tormenta te ha hecho poesía suprema;
el inmenso bullicio de las fuerzas te alienta;
tu obra hierve, la muerte ruge, ¡Ciudad ungida!
Amontona estridencias en lo hondo del clarín
El Poeta hará suyo el llanto del Infame,
el odio del Forzado, el clamor del Maldito;
y sus rayos de amor flagelarán las Hembras.
Su estrofa brincará: ¡Mirad, mirad, bandidos!
Sociedad, todo ha vuelto a su sitio: la orgía
llora su estertor viejo en el viejo prostíbulo;
y el gas, en su delirio, por las murallas rojas,
arde siniestramente hacia el pálido azul.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Charles Bukowski




"La gente espera toda su vida. Esperan vivir, esperan morir. Esperan en la cola para comprar papel higiénico. Esperan en la cola para recibir dinero. Y si no tienes dinero, esperas en la cola mas larga. Esperas para dormirte y esperas para despertarte. Esperas para casarte y esperas para divorciarte. Esperas que llueva, esperas que deje de llover. Esperas para comer y esperas para volver a comer. Esperas en la consulta del loquero con un montón de anormales y te preguntas si serás uno de ellos."

sábado, 26 de diciembre de 2015

W. H. Auden


Rimbaud

 
Noches, el cielo aciago, las arcadas del tren;
sus malas amistades no lo sabían, pero
lo falso del retórico, en ese chico, habría
de arder como una pipa: el frío hizo un poeta. 
Los tragos que el amigo, frágil bardo, pagaba,
sistemáticamente, sus sentidos turbaban.
Al sinsentido usual le concedió él un fin;
hasta decir adiós al pecado y a la lira.
Si el verso era tan sólo un vicio del oído...
–la integridad no alcanza  –parecía concluir
del infierno de infancia–; debo empezar de nuevo.
Ahora, galopando, atravesando África,
soñó con su yo nuevo –un hijo, un ingeniero:

su verdad aceptable para hombres perversos. 


T. S. Eliot


LA TIERRA BALDÍA

I
El entierro de los muertos

Abril es el mes más cruel, engendrando
lilas que emergen de la tierra muerta, reuniendo
memoria y deseo al conmover
raíces embotadas con lluvia de primavera.
El invierno nos mantuvo abrigados, al cubrir
la tierra de nieve llena de olvido, al alimentar
un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, viniendo sobre el Starnbergersee
con una llovizna pasajera; nosotros paramos bajo la columnata,
y luego retomamos con el sol, hacia el Holfgarten,
y tomamos café, charlamos por una hora
Bin gar keine Russin, stamm’ aus Litauen, echt deutsch.[1]
Y cuando éramos chicos, y nos quedábamos en lo del archiduque,
mi primo, él me llevaba a pasear en trineo.
Yo tenía miedo. Y él me decía, Mari,
Mari, agarrate fuerte. Y descendíamos.
En las montañas, ahí te sentís libre.
Leo gran parte de la noche, y voy al sur en invierno.
¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas las que emergen
de esta basura pétrea? Hijo de hombre,
no lo podés decir, o conjeturar, porque vos conocés tan sólo
un montón de imágenes rotas, contra las que el sol golpea;
y el árbol muerto no refugia, el grillo no libera,
la piedra seca no hace sonar el agua. Sólo
hay sombra bajo esta piedra roja,
(vení a la sombra de esta piedra roja),
y yo te mostraré algo diferente que tu sombra
a la mañana dando zancadas detrás tuyo
o tu sombra levantándose a la tarde hasta encontrarte;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo
Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein Irisch Kind
Wo weilest du?[2]
“Primero me diste jacintos el año pasado;
y me decían la chica de los jacintos.”
Después, cuando ya habíamos vuelto del jardín,
tus brazos llenos, tu pelo mojado, yo
no podía hablar, y mis ojos fallaron, no estaba
ni viva ni muerta, tampoco entendía nada,
estudiando el corazón de la luz, el silencio.
Oed’ und leer das Meer.[3]
Madame Sosostrís, vidente famosa,
estaba muy engripada, de todas formas
es considerada la mujer más sabia de Europa,
con un mazo de cartas perversas. Acá, dijo ella,
está tu carta, el Marinero Fenicio ahogado,
(Esas son perlas que fueron sus ojos. ¡Mirá!)
ésta es Belladona, la Dama de las Rocas,
señora de las situaciones.
Acá está el hombre con los tres bastos, y acá la Rueda,
y acá el mercader de un solo ojo, y esta otra carta,
que está en blanco, es algo con lo que él carga
pero que yo no tengo permitido adivinar. No encuentro
al Hombre Ahorcado. Tema a la muerte por agua.
Veo una multitud de gente, forman un círculo.
Gracias. Si la ve a mi querida Señora Equitone,
dígale que yo misma le llevo el horóscopo:
hay que ser cuidadosa hoy en día.  
Ciudad irreal,
bajo la niebla marrón de una aurora invernal,
la muchedumbre fluye sobre el Puente de Londres, tanta gente,
yo no tenía idea de que la muerte hubiera deshecho a tantos.
Suspiros cortos y variados, exhalaban,
cada hombre clavaba su mirada delante de sus pies.
Subí la colina y tomé por King William Street,
hacia el lugar donde Santa María de Woolnoth[4] guardaba la hora
con un sonido seco en la campana final de las nueve.
Ahí vi a un conocido, y lo paré de un grito: “¡Stetson!
¡vos que estuviste conmigo en las naves de Milas!
ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ya empezó a germinar? ¿va a florecer este año?
¿o la escarcha repentina te estropeó el suelo?
¡Oh no permitas que el Perro se acerque por ahí, ese amigo del hombre,
o con sus uñas lo desenterrará!
¡Tú! hypocrite lecteur! —mon semblable, —mon frère![5]

Juan José Manauta


Poema extraído desde Entre dos ríos, 1956.

La Creciente

Casi todos los años, o cada dos, la trae,
junto a una anciana que tirita,
la bruma;
y un invierno tras otro,
con sus oros,
ampara bajo su capa gris desolados reflejos.
Suele llegar de noche,
en otoño,
y deja a la puerta del rancho su lamido de perra hambrienta y vieja,
sus cabellos
de ceniza maldita,
de fatal pedrería,
y un cabo de guadaña, un resplandor deshecho,
y a veces una escoba gastada,
camalotes,
serpientes,
y otras sustancias de pretendencia y médula salvaje.
Casi todos los años, o cada dos, pregunto...
Y una provincia de agua,
bajo la nube fría,
cuando se inclina el muro ya final de la noche
preparando su huida milagrosa y escueta,
desborda su cintura de sinsabores y hojas.
Casi todos los años, o cada dos, prepara
su mar remoto,
instala en la distancia
su inmensidad de niebla y de sigilo,
confunde límites y anda traicionera
por los arroyos muertos, cañadas y zanjones.
En un recodo el río alimenta
y la detiene a ver como resisten los grises terraplenes.
Pero ella los acosa y acumula
restos domésticos que flotan, viajan en lenta furia,
y llegan,
desde otros hombres,
en una angustia peregrina, parecida a la nuestra.


viernes, 11 de diciembre de 2015

Héctor Viel Temperley


Larga esquina de verano


¿Nunca morirá la sensación de que el demonio puede
servirse de los cielos, y de las nubes y las aves,
para observarme las entrañas?
Amigos muertos que caminan en las tardes grises
hacia frontones de pelota solitarios: El rufián que
me mira se sonríe como si yo pudiera desearla
todavía.
Se nubla y se desnubla. Me hundo en mi carne; me
hundo en la iglesia de desague a cielo abierto en
la que creo. Espero la resurrección espero su
estallido contra mis enemigos- en este cuerpo, en
este día, en esta playa. Nada puede impedir que en
su Pierna me azoten como cota de malla -y sin
ninguna Historia ardan en mí- las cabezas de
fósforos de todo el Tiempo.
Tengo las toses de los viejos fusiles de un Tiro
Federal en los ojos. Mi vida es un desierto entre
dos guerras. Necesito estar a oscuras. Necesito
dormir, pero el sol me despierta. E1 sol, a través
de mis párpados, como alas de gaviotas que echan
cal sobre toda mi vida; el sol como una zona que me
había olvidado; el sol como un golpe de espuma en
mis confines; el sol como dos jóvenes vigías en una
tempestad de luz que se ha tragado al mar, a las
velas y al cielo. (1984)

Hector Viel Temperley, Obra completa, Ediciones del Dock


jueves, 10 de diciembre de 2015

John Keats


John Keats, Londres, 31 de octubre 1795 – 
Roma, 23 de febrero 1821
Traducción Ana Bravo y Javier Adúriz


Oda al ruiseñor

I

Me duele el corazón y una modorra entumece
mis sentidos, como si hubiera bebido cicuta
o empinado, hace un minuto, algún denso
narcótico, y me hubiera hundido en el Leteo:
no por envidia de tu feliz destino,
sino por ser feliz en tu felicidad;
porque tú, alada dríada de los árboles
       en melodiosa trama
con verdes hayas y sombras incontables,
a plena voz le cantas al verano.


II

Oh, si un trago de vino, largamente enfriado
en la tierra profunda, con sabor a Flora
y a los campos verdes, a danzas y canciones
provenzales, y gozo soleado;
oh, si una jarra llena del sur caluroso,
llena de auténtico y ruboroso Hipocrene,
con redondas burbujas rebosando los bordes
       y la boca manchada de púrpura,
yo pudiera beber y alejarme invisible del mundo,
desaparecer contigo en la penumbra del bosque.


III

Irme lejos, disolverme y olvidar del todo
lo que tú entre las hojas nunca conociste:
el cansancio, la fiebre, el ajetreo de aquí,
donde sentados los hombres óyense gemir,
donde el temblor sacude unas pocas tristes canas,
donde la juventud empalidece espectral y muere;
donde pensar no es sino llenarse de pena,
       desesperanzas con ojos de plomo,
donde la belleza no puede mantener el brillo de sus ojos
ni el nuevo amor suspirar por ellos más allá de mañana


IV

¡Basta! ¡Basta! Porque volaré hacia ti,
no conducido por Baco y sus leopardos
sino en las alas invisibles de la poesía,
aunque el cerebro torpe quede lento y perplejo.
Si ya contigo, tierna es la noche...
y tal vez, la reina luna esté en su trono,
rodeada por sus hadas estelares;
         pero aquí no hay luz,
salvo la que soplan las brisas desde el cielo
por entre sombras verdes y senderos musgosos.


V

No alcanzo a ver las flores a mis pies
ni el incienso suave que flota entre las ramas;
pero adivino, en la penumbra fragante, la dulzura
con que la estación propicia dota
a la hierba, el seto y los frutos silvestres,
al espino blanco y la pastoril eglantina,
a las violetas marchitas cubiertas de hojas
         y a la primogénita de mayo:
la naciente rosa mosquete, llena de rocío,
delicia de las moscas en tardes de verano.


VI

Mientras oscurece escucho. Y cuánto tiempo estuve
medio enamorado de la muerte apacible;
la he llamado con suavidad en rimas meditadas
para que se lleve al aire mi aliento sosegado.
Ahora más que nunca parece bueno morir,
dejar de ser sin dolor sobre la medianoche,
mientras derramas por todas partes tu alma
         ¡en, semejante éxtasis!
Aún seguirías cantando..., cuando vanos mis oídos
se volvieran de tierra para tu alto réquiem.


VII

Tú no naciste para la muerte, ave inmortal,
ni te han gastado las generaciones hambrientas:
la voz, que oigo osla noche fugaz ya fue oída
en antiguos tiempos por emperadores y bufones;
quizás, la misma canción que se abrió camino
al triste corazón do Ruth, cuando deseosa
de patria lloraba de pie entre mieses ajenas;
          la misma que otras veces
hechizara mágicas almenas abiertas a la espuma
de mares peligrosos, en tierras legendarias, desoladas.


VIII

¡Desoladas...! Como una campana, la misma palabra
me aparta de ti hacia mi propia soledad.
¡Adiós! la fantasía no alcanza a mentir tan bien
como lo dice su fama de duende embustero.
¡Adiós!, ¡adiós! Doliente tu himno se diluye
más allá de los prados, sobre el arroyo quieto,
colina arriba; el que ahora, se entierra hondo
           en los claros del valle contiguo.
¿Fue una visión o un sueño de vigilia?
La música ha volado: ¿estoy despierto o duermo?




martes, 8 de diciembre de 2015

Gottfried Benn


Gottfried Benn
Circulación
 
La solitaria muela de una puta,
una muerta sin nombre,
llevaba una corona de oro.
Las demás se habían desprendido
como por un secreto acuerdo.
Ésta la extrajo el sepulturero para sí.
Porque, decía,
sólo la tierra debe volver a la tierra.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Raúl González Tuñón


El optimismo histórico



Yo sé que todo cambia,
que nada se detiene,
ni un árbol se detiene
y aun la piedra es viajera.
La soledad no existe,
el mundo es compañía.
Ni la muerte está sola.
Todo lo que es, es lucha.
Soy inmortal, pues paso.
Sólo la estatua queda.
Y aun ella se mueve.
En vano os empeñáis
en detener la historia.
¡Sé que llegará el día!
También lo sabe el sol.