sábado, 26 de diciembre de 2015

T. S. Eliot


LA TIERRA BALDÍA

I
El entierro de los muertos

Abril es el mes más cruel, engendrando
lilas que emergen de la tierra muerta, reuniendo
memoria y deseo al conmover
raíces embotadas con lluvia de primavera.
El invierno nos mantuvo abrigados, al cubrir
la tierra de nieve llena de olvido, al alimentar
un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, viniendo sobre el Starnbergersee
con una llovizna pasajera; nosotros paramos bajo la columnata,
y luego retomamos con el sol, hacia el Holfgarten,
y tomamos café, charlamos por una hora
Bin gar keine Russin, stamm’ aus Litauen, echt deutsch.[1]
Y cuando éramos chicos, y nos quedábamos en lo del archiduque,
mi primo, él me llevaba a pasear en trineo.
Yo tenía miedo. Y él me decía, Mari,
Mari, agarrate fuerte. Y descendíamos.
En las montañas, ahí te sentís libre.
Leo gran parte de la noche, y voy al sur en invierno.
¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas las que emergen
de esta basura pétrea? Hijo de hombre,
no lo podés decir, o conjeturar, porque vos conocés tan sólo
un montón de imágenes rotas, contra las que el sol golpea;
y el árbol muerto no refugia, el grillo no libera,
la piedra seca no hace sonar el agua. Sólo
hay sombra bajo esta piedra roja,
(vení a la sombra de esta piedra roja),
y yo te mostraré algo diferente que tu sombra
a la mañana dando zancadas detrás tuyo
o tu sombra levantándose a la tarde hasta encontrarte;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo
Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein Irisch Kind
Wo weilest du?[2]
“Primero me diste jacintos el año pasado;
y me decían la chica de los jacintos.”
Después, cuando ya habíamos vuelto del jardín,
tus brazos llenos, tu pelo mojado, yo
no podía hablar, y mis ojos fallaron, no estaba
ni viva ni muerta, tampoco entendía nada,
estudiando el corazón de la luz, el silencio.
Oed’ und leer das Meer.[3]
Madame Sosostrís, vidente famosa,
estaba muy engripada, de todas formas
es considerada la mujer más sabia de Europa,
con un mazo de cartas perversas. Acá, dijo ella,
está tu carta, el Marinero Fenicio ahogado,
(Esas son perlas que fueron sus ojos. ¡Mirá!)
ésta es Belladona, la Dama de las Rocas,
señora de las situaciones.
Acá está el hombre con los tres bastos, y acá la Rueda,
y acá el mercader de un solo ojo, y esta otra carta,
que está en blanco, es algo con lo que él carga
pero que yo no tengo permitido adivinar. No encuentro
al Hombre Ahorcado. Tema a la muerte por agua.
Veo una multitud de gente, forman un círculo.
Gracias. Si la ve a mi querida Señora Equitone,
dígale que yo misma le llevo el horóscopo:
hay que ser cuidadosa hoy en día.  
Ciudad irreal,
bajo la niebla marrón de una aurora invernal,
la muchedumbre fluye sobre el Puente de Londres, tanta gente,
yo no tenía idea de que la muerte hubiera deshecho a tantos.
Suspiros cortos y variados, exhalaban,
cada hombre clavaba su mirada delante de sus pies.
Subí la colina y tomé por King William Street,
hacia el lugar donde Santa María de Woolnoth[4] guardaba la hora
con un sonido seco en la campana final de las nueve.
Ahí vi a un conocido, y lo paré de un grito: “¡Stetson!
¡vos que estuviste conmigo en las naves de Milas!
ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ya empezó a germinar? ¿va a florecer este año?
¿o la escarcha repentina te estropeó el suelo?
¡Oh no permitas que el Perro se acerque por ahí, ese amigo del hombre,
o con sus uñas lo desenterrará!
¡Tú! hypocrite lecteur! —mon semblable, —mon frère![5]

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