sábado, 26 de diciembre de 2015

W. H. Auden


Rimbaud

 
Noches, el cielo aciago, las arcadas del tren;
sus malas amistades no lo sabían, pero
lo falso del retórico, en ese chico, habría
de arder como una pipa: el frío hizo un poeta. 
Los tragos que el amigo, frágil bardo, pagaba,
sistemáticamente, sus sentidos turbaban.
Al sinsentido usual le concedió él un fin;
hasta decir adiós al pecado y a la lira.
Si el verso era tan sólo un vicio del oído...
–la integridad no alcanza  –parecía concluir
del infierno de infancia–; debo empezar de nuevo.
Ahora, galopando, atravesando África,
soñó con su yo nuevo –un hijo, un ingeniero:

su verdad aceptable para hombres perversos. 


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