viernes, 26 de mayo de 2023

José María García Linares (Melilla, España, 1977)

 

4 poemas de FRENTE A LA VOZ DEL MUNDO

 


NUESTRO PRESENTE

 

Silenciosamente,

sin quejas, sin dolor en las palabras, con el fuego

en donde prende la desidia,

así bordas la penuria del invierno,

con la aguja del aguante, con ovillos del calor

de aquel verano para no dejar puntadas

a la escarcha.

 

Hace tiempo que no somos ese sueño electrizante

en el que bocas, manos y miradas

cantaban con colores un tesoro descubierto en el futuro,

un secreto con el que escribir el viento prisionero

en los cabellos sueltos de la edad fecunda.

 

Sentado en la butaca el tiempo se asemeja a la distancia,

a un cometa alucinado con recuerdos del origen

en busca de un planeta a quien contarle

que el Big Bang no era más que una lejana noche

entre dos cuerpos inocentes

que creyeron en bolsones, en partículas,

en dioses infinitos como el tiempo o el amor,

cuando aún no se han sentado en la butaca.

 

¿Recuerdas esa música azabache en el aroma de la lluvia

aquella madrugada en un sofá maltrecho

de tanto hacer posible el resplandor y la belleza?

¿Aquellos posos de café con que leímos la mañana,

tan lejos ya de soledades

y de paraísos de cartón-piedra?

Como la mariposa hace del viento su caricia,

así hiciste de mí ola de mar, salitre hirviente,

lapa adherida a la elegancia de tus vientos…

 

Hace tiempo que no somos ese sueño,

pero, aunque a nuestro alrededor

haya pétalos marchitos

como un verso desahuciado por un banco,

tu raíz, que atraviesa mi raíz,

es tallo, rama, luz brotando en la llovizna,

verbo, nube de menta y primavera en nuestra casa.

 

Silenciosamente,

como la rosa florecida en la costumbre,

plantamos cara a los destellos del olvido,

al desgarrón de las semanas mal pagadas,

a la pérdida de luz en el amanecer de nuestros días.

 

Vivimos así, con este amor real, con este ser real

a punto de venirse abajo,

cosechando con las manos

un racimo digno, una esperanza

nacida en los resquicios imposibles

de los muros injustos con los que la mentira

dibuja el mundo de los privilegiados.

 

Puntada tras puntada, madeja tras madeja,

haciendo del abrazo báculo mesiánico,

hoja de ruta en las bursátiles tormentas,

porque aunque haga tanto tiempo y tanta historia,

aunque la escarcha aceche al amor en la ventana,

es con el recuerdo del calor de aquel verano

con lo que construimos el futuro,

el porvenir,

nuestro presente en resistencia.


 

LA CASA ENCANTADA

 

Celeste es la fachada,

como si el mar de mis diez años

se hubiese zambullido en estas piedras

hinchado de verano y alegría.

Así es el rostro

de la casa en que vivimos.

 

Cargado de geranios el balcón,

de lirios el zaguán

y el comedor de rosas.

Helechos y begonias en los patios,

orquídeas y violetas en la sala.

La vida se marchita, sí,

pero florece a cada rato

de la misma forma que tus manos

son capaces de abonar mis sombras

para que brote, aturquesado,

este amor de olas y viento.

 

Dicen que las casas encantadas

son muy tristes,

que las energías negativas

minan de terrores sus cimientos,

que se oyen voces quejumbrosas

y las sillas van de un lado para otro.

Quizás en otras casas,

quizás en otros miedos.

 

Mis fantasmas siempre son muy educados,

transitan en silencio los pasillos.

Tienen sus rutinas,

sus espacios y sus tiempos.

Uno de ellos cose la mañana

con ovillos transparentes

en noches de luna llena

y recorta en ocasiones

siluetas de muñecas olvidadas

vestidas con un traje hecho de nubes.

A veces pinta la nostalgia

con los óleos sempiternos de la ausencia.

 

Sentado en el sillón

otra presencia indaga los secretos de la vida.

Su etérea biblioteca

ocupa con sus sueños mi escritorio.

Prefiere en el otoño

hallar una vacuna contra el frío

y ayudar en primavera

a dar a luz a las luciérnagas,

sanar el pétreo desaliento cotidiano

con antídotos de ardor y mariposas.

 

De azúcar y vainilla es la quietud

de otro de los fantasmas, el que habita

en la templanza de la tarde anaranjada.

Su más allá de harina y de canela,

sus ángeles de hojaldre,

sus santos de merengue y hierbabuena

libando los almíbares del tiempo.

 

Siglo a siglo

aguarda a que otro espectro

se despierte de su siesta y dé comienzo

al relato enamorado de las cosas

en el cuarto de los niños,

a canciones infantiles

y leyendas que dormitan

en la gruta inaccesible de la historia.

Rodeado de ojos rosas

disfraza con principios y finales

el insoportable peso de lo eterno.

 

Así son los encantos de esta casa,

sus pétalos, sus voces, su lenguaje

de ovillos y pinceles, de antídotos y libros,

de azúcar y canciones

para morir y seguir viviendo,

para pasar y seguir estando.

Sin miedos,

sin terror,

en compañía.

 

Así tú y yo cruzamos el estrecho

que une nuestro ayer con el mañana,

remando el firmamento del presente,

haciendo del hogar

soplo de paz,

sorbo de sed

y encantamiento.


 

QUIENES HAN NACIDO FRENTE AL MAR

 

Quienes han nacido frente al mar

saben del ocaso y sus olores,

de la piel tostada de lo efímero

y el gusto a sal en las axilas del tiempo.

No les gusta descubrir

el desierto en la mirada de las niñas

cuando salen del colegio

ni escuchar el alarido bravucón

de los ejecutivos cuando vuelven

del reino imprescindible de lo inútil.

 

Quienes han nacido frente al mar

saben que los cielos no protegen

ni a los dioses ni a sus sueños.

Los cielos, dicen, sólo esperan

el día en que se fundan con las olas

y dejen paso a un siglo nuevo

en donde el hombre sea la gota

que florezca en la memoria de las piedras.

 

Nosotros, que aprendimos con el mar

dónde están los límites de dios,

los surcos de la muerte en los relojes,

las trampas del dolor y la tristeza,

vivimos con el aire en las pupilas

porque no nos enseñaron a mirar de otra manera.

Nuestros colores son alados,

nuestras palabras amarillas y azul nuestros amores.

Aprendimos a querernos frente al mar,

en el deliro transparente de esa edad

en la que el mundo se deshace en las orillas

para volver a hacerse, a levantarse.

 

Nosotros, elegidos por el fuego de la tarde,

fuimos sombra y luz de las mareas

que surcaron a lo lejos

los cuerpos inocentes del olvido.

Era tu pecho entonces

la estación febril de los monzones

derramada en la garganta de los ángeles.

 

Nosotros, escogidos por la lluvia,

dejamos que el levante nos llevara

al recóndito escondite del gemido,

donde no hay tormenta que silencie

la fugaz deflagración de un cuerpo

como el nuestro, deshojado del temor

a las alturas del amor y el viento.

 

Nosotros, sí, nosotros

que hicimos de este mar anaranjado

una forma de aprender y comprender,

que vimos en el gesto de las rocas

el hálito infinito de la nada.

Nosotros, sí, nosotros

que nacimos frente al mar

y frente al mar dejamos

que escribiera el tiempo nuestros nombres

en la piel tostada del ocaso.


 

UN HOMBRE DE PROVECHO

 

Hay una gota de luz

resbalando por la historia de las rocas.

 

Siempre quise vivir

entre la brisa del mar

y el sueño azul de las gaviotas.

Tener a mi madre y a mi padre

en cada verso,

en las palabras ‘libertad’,

‘canción’ y ‘amor’ a mis hermanas

y a ti en cada murmullo del almendro,

en las mañanas sin miedo,

en el gesto delicado de la orquídea.

Hacer de los paseos por la orilla

una forma de aprehender el tiempo,

cuando el propio tiempo ya no significa,

enfermo y malherido de presente.

 

Busco en la tormenta la verdad,

leo en la llovizna la tristeza

de aquellos que creyeron la mentira

y siguen sin poder hacerle frente

al temporal que arrasa la mirada

y, aunque no encuentre, permanezco

mirándole a la cara al mundo.

Pocas cosas hay que me preocupen,

la paz, el sufrimiento, la esperanza,

el llanto de los niños, el olvido

de todo aquello que nos hace iguales.

Lo demás no me interesa,

por eso las palabras de mi vida,

los murmullos del almendro,

mi madre, las canciones, el amor

por las orillas del tiempo.

 

Hay una gota de azul

resbalando por los versos de la tarde.

 

Como ves

no soy un hombre de provecho.

Ni soy emprendedor

ni invierto en planes de pensiones

ni vendo el porvenir de la alegría.

 

Busco en la tormenta otra razón,

leo en la llovizna otra manera.

 


José María García Linares. Frente a la voz del mundo. Ed. Nazarí, 2023


(Fuente: Voces del extremo)

 

 

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