4 poemas de FRENTE A LA VOZ DEL MUNDO
NUESTRO PRESENTE
Silenciosamente,
sin quejas, sin dolor en las palabras, con el fuego
en donde prende la desidia,
así bordas la penuria del invierno,
con la aguja del aguante, con ovillos del calor
de aquel verano para no dejar puntadas
a la escarcha.
Hace tiempo que no somos ese sueño electrizante
en el que bocas, manos y miradas
cantaban con colores un tesoro descubierto en el futuro,
un secreto con el que escribir el viento prisionero
en los cabellos sueltos de la edad fecunda.
Sentado en la butaca el tiempo se asemeja a la distancia,
a un cometa alucinado con recuerdos del origen
en busca de un planeta a quien contarle
que el Big Bang no era más que una lejana noche
entre dos cuerpos inocentes
que creyeron en bolsones, en partículas,
en dioses infinitos como el tiempo o el amor,
cuando aún no se han sentado en la butaca.
¿Recuerdas esa música azabache en el aroma de la lluvia
aquella madrugada en un sofá maltrecho
de tanto hacer posible el resplandor y la belleza?
¿Aquellos posos de café con que leímos la mañana,
tan lejos ya de soledades
y de paraísos de cartón-piedra?
Como la mariposa hace del viento su caricia,
así hiciste de mí ola de mar, salitre hirviente,
lapa adherida a la elegancia de tus vientos…
Hace tiempo que no somos ese sueño,
pero, aunque a nuestro alrededor
haya pétalos marchitos
como un verso desahuciado por un banco,
tu raíz, que atraviesa mi raíz,
es tallo, rama, luz brotando en la llovizna,
verbo, nube de menta y primavera en nuestra casa.
Silenciosamente,
como la rosa florecida en la costumbre,
plantamos cara a los destellos del olvido,
al desgarrón de las semanas mal pagadas,
a la pérdida de luz en el amanecer de nuestros días.
Vivimos así, con este amor real, con este ser real
a punto de venirse abajo,
cosechando con las manos
un racimo digno, una esperanza
nacida en los resquicios imposibles
de los muros injustos con los que la mentira
dibuja el mundo de los privilegiados.
Puntada tras puntada, madeja tras madeja,
haciendo del abrazo báculo mesiánico,
hoja de ruta en las bursátiles tormentas,
porque aunque haga tanto tiempo y tanta historia,
aunque la escarcha aceche al amor en la ventana,
es con el recuerdo del calor de aquel verano
con lo que construimos el futuro,
el porvenir,
nuestro presente en resistencia.
LA CASA ENCANTADA
Celeste es la fachada,
como si el mar de mis diez años
se hubiese zambullido en estas piedras
hinchado de verano y alegría.
Así es el rostro
de la casa en que vivimos.
Cargado de geranios el balcón,
de lirios el zaguán
y el comedor de rosas.
Helechos y begonias en los patios,
orquídeas y violetas en la sala.
La vida se marchita, sí,
pero florece a cada rato
de la misma forma que tus manos
son capaces de abonar mis sombras
para que brote, aturquesado,
este amor de olas y viento.
Dicen que las casas encantadas
son muy tristes,
que las energías negativas
minan de terrores sus cimientos,
que se oyen voces quejumbrosas
y las sillas van de un lado para otro.
Quizás en otras casas,
quizás en otros miedos.
Mis fantasmas siempre son muy educados,
transitan en silencio los pasillos.
Tienen sus rutinas,
sus espacios y sus tiempos.
Uno de ellos cose la mañana
con ovillos transparentes
en noches de luna llena
y recorta en ocasiones
siluetas de muñecas olvidadas
vestidas con un traje hecho de nubes.
A veces pinta la nostalgia
con los óleos sempiternos de la ausencia.
Sentado en el sillón
otra presencia indaga los secretos de la vida.
Su etérea biblioteca
ocupa con sus sueños mi escritorio.
Prefiere en el otoño
hallar una vacuna contra el frío
y ayudar en primavera
a dar a luz a las luciérnagas,
sanar el pétreo desaliento cotidiano
con antídotos de ardor y mariposas.
De azúcar y vainilla es la quietud
de otro de los fantasmas, el que habita
en la templanza de la tarde anaranjada.
Su más allá de harina y de canela,
sus ángeles de hojaldre,
sus santos de merengue y hierbabuena
libando los almíbares del tiempo.
Siglo a siglo
aguarda a que otro espectro
se despierte de su siesta y dé comienzo
al relato enamorado de las cosas
en el cuarto de los niños,
a canciones infantiles
y leyendas que dormitan
en la gruta inaccesible de la historia.
Rodeado de ojos rosas
disfraza con principios y finales
el insoportable peso de lo eterno.
Así son los encantos de esta casa,
sus pétalos, sus voces, su lenguaje
de ovillos y pinceles, de antídotos y libros,
de azúcar y canciones
para morir y seguir viviendo,
para pasar y seguir estando.
Sin miedos,
sin terror,
en compañía.
Así tú y yo cruzamos el estrecho
que une nuestro ayer con el mañana,
remando el firmamento del presente,
haciendo del hogar
soplo de paz,
sorbo de sed
y encantamiento.
QUIENES HAN NACIDO FRENTE AL MAR
Quienes han nacido frente al mar
saben del ocaso y sus olores,
de la piel tostada de lo efímero
y el gusto a sal en las axilas del tiempo.
No les gusta descubrir
el desierto en la mirada de las niñas
cuando salen del colegio
ni escuchar el alarido bravucón
de los ejecutivos cuando vuelven
del reino imprescindible de lo inútil.
Quienes han nacido frente al mar
saben que los cielos no protegen
ni a los dioses ni a sus sueños.
Los cielos, dicen, sólo esperan
el día en que se fundan con las olas
y dejen paso a un siglo nuevo
en donde el hombre sea la gota
que florezca en la memoria de las piedras.
Nosotros, que aprendimos con el mar
dónde están los límites de dios,
los surcos de la muerte en los relojes,
las trampas del dolor y la tristeza,
vivimos con el aire en las pupilas
porque no nos enseñaron a mirar de otra manera.
Nuestros colores son alados,
nuestras palabras amarillas y azul nuestros amores.
Aprendimos a querernos frente al mar,
en el deliro transparente de esa edad
en la que el mundo se deshace en las orillas
para volver a hacerse, a levantarse.
Nosotros, elegidos por el fuego de la tarde,
fuimos sombra y luz de las mareas
que surcaron a lo lejos
los cuerpos inocentes del olvido.
Era tu pecho entonces
la estación febril de los monzones
derramada en la garganta de los ángeles.
Nosotros, escogidos por la lluvia,
dejamos que el levante nos llevara
al recóndito escondite del gemido,
donde no hay tormenta que silencie
la fugaz deflagración de un cuerpo
como el nuestro, deshojado del temor
a las alturas del amor y el viento.
Nosotros, sí, nosotros
que hicimos de este mar anaranjado
una forma de aprender y comprender,
que vimos en el gesto de las rocas
el hálito infinito de la nada.
Nosotros, sí, nosotros
que nacimos frente al mar
y frente al mar dejamos
que escribiera el tiempo nuestros nombres
en la piel tostada del ocaso.
UN HOMBRE DE PROVECHO
Hay una gota de luz
resbalando por la historia de las rocas.
Siempre quise vivir
entre la brisa del mar
y el sueño azul de las gaviotas.
Tener a mi madre y a mi padre
en cada verso,
en las palabras ‘libertad’,
‘canción’ y ‘amor’ a mis hermanas
y a ti en cada murmullo del almendro,
en las mañanas sin miedo,
en el gesto delicado de la orquídea.
Hacer de los paseos por la orilla
una forma de aprehender el tiempo,
cuando el propio tiempo ya no significa,
enfermo y malherido de presente.
Busco en la tormenta la verdad,
leo en la llovizna la tristeza
de aquellos que creyeron la mentira
y siguen sin poder hacerle frente
al temporal que arrasa la mirada
y, aunque no encuentre, permanezco
mirándole a la cara al mundo.
Pocas cosas hay que me preocupen,
la paz, el sufrimiento, la esperanza,
el llanto de los niños, el olvido
de todo aquello que nos hace iguales.
Lo demás no me interesa,
por eso las palabras de mi vida,
los murmullos del almendro,
mi madre, las canciones, el amor
por las orillas del tiempo.
Hay una gota de azul
resbalando por los versos de la tarde.
Como ves
no soy un hombre de provecho.
Ni soy emprendedor
ni invierto en planes de pensiones
ni vendo el porvenir de la alegría.
Busco en la tormenta otra razón,
leo en la llovizna otra manera.
José María García Linares. Frente a la voz del mundo. Ed. Nazarí, 2023
(Fuente: Voces del extremo)
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