Tardes celestes
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"Esos hombres no son baraja, ni dioses, ases,
pero llevan en cierto modo una coraza tan
ni aun sensible suena su voz lírica
-opresos son de su sensibilidad, contra ella yugan.
Hombres de esquinas amarillas, que no rosadas.
El facón tirita como su único huesillo en sombras.
Blanco es, se diría ebúrneo, pero es hueso o puñal,
según la metáfora se vea.
Sobreviven. Grandes poetas nuestros con olor a manta,
a aguantadero, a bebidas de otoño, a altiva herrumbre.
Querés seguir, como Juan L., el tránsito de la tarde, en detalle:
variaciones del celeste, brillante sobre los edificios, más allá marítimo,
y el discurrir, el paso, la física de su tiempo salvaje te detiene.
Canta una torcaza, algo, entre edificios urbanos, el humo
sube en fríos nubarrones entre esos palazzi que te recuerdan
los amarillentos monobloques de la República Democrática Alemana:
un invierno fallido, una eternidad que no fue.".
(Fuente: Alicia Silva Rey)
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