Uno va por la calle, en busca de algún bien verdor o utensilio.
Va de compra o mirando el firmamento distraído.
Todo va bien
y
o
te cruza
la piel de un espíritu anegado, o pez del aire, ángel, quien supiere,
vadea su rayo luminoso contra el asombro,
buey rojo parece, ave de cuatro alas, transparente búho , quien supiere,
lisonjea con sus nervaduras nuestro áspid sigiloso y ya presto
a la embestida, contra el deseo, en el entrecejo fulminante de la guarida, en el
oscuro fondo de de su ojo cíclope nos vemos,
detenemos la marcha,
en el oscuro y mismo fondo nos vemos
como detrás de un vidrio esmerilado
fondea nuestra cara cual precipicio de un aljibe de esos
donde la gente suele arrojarse desahuciada y
esperamos,
quien da primero la señal primera, y así sucede que
uno va por la calle distraído
escuchando su palabra mugido música graznido,
queriendo espantarlo con un pañuelo blanco junto a las moscas
rendido a su ingrato silencio.
-aclaro, jamás lo hizo en mi conciencia,
nunca me burlé de su olor efímero,
de la precariedad de su melodía y miren,
que ya vi infinidad de raros vertebrados y miren,
que tuve muchas madres padres hasta los cien ojos de Argos
en las plumas inflamadas de mi corazón
pero-
algún mensaje trae,
no viene a cruzarnos en la calle sin enjundias,
este desasosiego al final nunca,
este vano rencor nunca,
esta sutil belleza descarriada nunca,
fue puesto en esa hora del día que no tiene hora,
la marca de su pie quedó en mi arcilla roja,
saltó de mi barba seca a la superficie del agua roja,
bufó como un enfermo final,
tomó carrera
y me atravesó con su aspa, roja.
Todo va bien y lo maravilloso es
que no podemos darnos cuenta a tiempo.
Miramos el cuadro y está detrás de nosotros, solo.
La nada que siempre nos sucede muestra al fin su forma.
Duerme en la sangre.
El áspero sonido de la muerte.
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