julian herbert / dos poemas
McDonald’s
Nunca te enamores de 1 kilo
de carne molida.
Nunca te enamores de la mesa puesta,
de las viandas, de los vasos
que ella besaba con boca de insistente
mandarina helada, en polvo:
instantánea.
Nunca te enamores de este
polvo enamorado, la tos
muerta de un nombre (Ana,
Claudia, Tania: no importa,
todo nombre morirá), una llama
que se ahoga. Nunca te enamores
del soneto de otro.
Nunca te enamores de las medias azules,
de las venas azules debajo de la media,
de la carne del muslo, esa
carne tan superficial.
Nunca te enamores de la cocinera.
Pero nunca te enamores, también,
tampoco,
del domingo: futbol, comida rápida,
nada en la mente sino sogas como cunas.
Nunca te enamores de la muerte,
su lujuria de doncella,
su sevicia de perro,
su tacto de comadrona.
Nunca te enamores en hoteles, en
pretérito simple, en papel
membretado, en películas porno,
en ojos fulminantes como tumbas celestes,
en hablas clandestinas, en boleros, en libros
de Denis de Rougemont.
En el speed, en el alcohol,
en la Beatriz,
en el perol:
nunca te enamores de 1 kilo de carne molida.
Nunca.
No.
~
Oscura
a Javier Sicilia
Pasé toda la noche con el brazo en una grieta.
No era un aula de santos.
Era un hotel a las afueras de Querétaro.
Dos camas individuales provisionalmente pegadas
para caber los tres (siempre tres) juntos.
Ascésis: duermevela: Aníbal Barca, mi hijo, cayendo cada 15 minutos por el hueco.
Es vulgar pero no es falso: pasé toda la noche con el brazo en una grieta.
Me inculcaba el demonio de una negra rabia acústica: ¿para qué escribir poemas
si todo lo que hiere tiene el tacto vacío, usura de una tumba?
Encandilado, muy orondo y sin luz (sin otra luz y guía sino etcétera etcétera),
escribí de memoria estos versos:
“Al menos toca lo que matas.
Siéntelo babosa lumbre negro caracol con la que marcas —meas—
plásticos: Identidad.
Recuerda, cuando vayas al cine a ver películas de nazis, que tú no eres judío.
Pero si eres judío no recuerdes nada: al menos toca lo que matas.
No te metas en dios. No vueles coches. No hagas citas sagradas. No discutas conmigo.
No me vendas muñones. No me traigas cabezas. No me pidas que aprenda a respetar.
Toca.
Al menos toca lo que matas.”
Son pésimos. Lo supe de inmediato.
Hace un par de años que no logro hacer poemas.
Lo extraño pero no lo lamento.
Todos sabemos que la poesía no es más (ni menos) que una destreza pasajera.
Una destreza que, perdida, se hace tú y alumbra oscura.
Igual que un padre pasará toda la noche con el brazo en una grieta
procurando que la cabeza de su hijo no toque nunca el suelo.
Latin American Literature Today
(Fuente: La comparecencia infinita)
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