"Ana me corta el pelo"
Antes de tomar el tren
le pido a Ana que me corte el fleco
y algo entre ella y yo
asemeja el ritual de quien va maquillando
el cuerpo de un muerto,
lo embalsama,
lo viste con la ropa que usaba en vida,
va peinándole con la esperanza
de que su familia lo reconozca.
Ella mide mi flequillo con sus dedos
así como hacía para cortar el suyo
y el de las otras con quienes hicimos
estéticas en el claustro,
con quienes fui digna de un yo
incomparablemente más sereno,
descubrí nísperos fríos que apremian
y permanecen tiernos
acelerando la primavera
hasta los treintayocho grados.
Intento no irme del convento
donde ha florecido
el cráneo que meses antes rapé,
cuento las pecas de Ana
y veo este instante
como si ya fuera un recuerdo.
El pelo cae sobre mi mejilla,
soplo,
imaginando una pestaña
y un deseo.
Aquí fui digna de nuevas cicatrices
que se hacen las niñas que pintan,
bailan y meriendan descalzas,
ensuciándose la falda
en el lodo de amarillos inmaduros
mientras pintan casetas de feria,
beben rebujito
y dan vueltas en los columpios de la lluvia
hasta abrirse la cabeza.
Volvemos siempre a los instantes
en los que dejamos de ser felices
buscando lo que nos han quitado:
los pavorreales que forman el nombre de Ana,
la taquicardia que tienen mis piernas,
los meses donde las sillas de oficina
sí fueron para traer la infancia
a casa.
Los días que se nos acaban
están lo suficientemente llenos,
agitan la hierba
donde cada cosa fue mía y siempre pude amar
a cada una de nosotras,
a los naranjos, los patos,
tus pecas.
Decir adiós es un cáncer
que extingue el cuerpo e impide formar
células nuevas más allá de la despedida:
por eso le pido a Ana que me corte el pelo
y no decimos ni una palabra.
Estefanía Arista, incluido en Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999) (Los libros del perro, México, 2020, ed. de Zel Cabrera).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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