CON ELLA Y EL ZURITO
Por esa ondulación se va, por esa.
Esa es la ondulación que tú soñaste
de niña, y yo soñé de niño,
y que pensamos luego,
cuando el mayor se piensa otra vez niño;
la ondulación, la ondulación, la ondulación
por la que se va estándose.
El color y la forma se recojen
en ella, como en un remanso
de tierra fluida;
y, desde su preciosa paz, se abre
en círculos, lo mismo
que si un mirar eterno los abriera,
al horizonte que se ofrece
con todo el limitar el infinito
del horizonte que es el horizonte.
Esa es la ondulación que tú decías,
en mi sueño, a la aurora sin llegar.
Está en ella el final en el principio,
y su inmanencia sucesiva fija
toda la voluntad hasta la fe.
La fe feliz con la que se consigue
por tierra el espejismo de la mar
reflejada en el cielo de la tierra.
Este es aquel temblor que yo sentía
en tu ilusión más grande:
el de un barco que, anclado, está en el todo,
como el zurito está
volando por el todo con el vuelo
de sus alas cerradas, en el nido
de su elección fatal; mirando al dios
de la armonía que él preludia sólo.
Embriagar
de fe de dos en uno mismo,
con los ojos abiertos
en su sueño, que es la vida entera
del ser que encuentra en sí
lo perdido que todos buscan, madre.
Juan Ramón Jiménez. El ojo no visto del mundo.
Antolojía de prosa y verso. Antonio Orihuela, comp.
Amargord, 2016
(Fuente: Voces del extremo)
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