martes, 24 de enero de 2023

Emilia Carabajal (San Miguel, Buenos Aires, 1989)

 

 
Enfurecieron los dioses
Dicen que ellos partieron los remos
Rasgaron las velas
Quebraron el timón
Dicen que ellos hundieron nuestras barcas
Y que ellos a esta orilla las trajeron después
¿Son nuestras, aún, las barcas?
El mar las despojó de su aroma boscoso
Aquel que exhalaban los leños que cortamos
El día en que los dioses nos urgieron a partir
Nuestra ciudad ardía
Y con ella sus templos
Las calles
El bastión
La patria era una pira irreversible
Que nos empujaba a los navíos
Que aún desconocían los vaivenes del mar
Y olía nuestra carne al humo de los nuestros
Y olían nuestras barcas a los campos de Ilión
Pero el agua se llevó
Aquel rastro de frutas
De incienso
De hierbas
De olivo
De miel
El mar borró todo vestigio de la tierra
Toda huella de pájaros
De savia
De flor
Y olvidó nuestro idioma la plegaria de la siembra
Y olvidaron los troncos el sostén de la raíz
¿Hablamos, aún, nuestro idioma?
Es extraño el acento
Con que cantamos estas cosas
Se poblaron de sales los sonidos
Y hay palabras que es difícil pronunciar
Árbol
Camino
Frontera
Insecto
Recodo
Trigal
Y los niños aprenden canciones en los puertos
Y los viejos no saben qué quieren decir
¿Cómo hablar con los muertos ahora?
¿Cómo a nuestros dioses elevar oración?
¿Son nuestros, aún, los dioses?
Se dice que reniegan de las patrias vencidas
Se cuenta que ellos derribaron nuestros muros
Los mismos que habían ayudado a construir
Y cargamos los frigios con sus ritos y su furia
Con su imagen arribamos a ciudades hostiles
Con sus aras nos hundimos hasta el fondo de la sal
Dicen que por ellos dimos en Cartago
Y por ellos su palacio se abrió a nuestro rey
Dicen que por ellos daremos las troyanas
Hijos que recreen la gloria de Ilión
¿Somos, aún, troyanas?
El fuego consumió nuestros hogares
Y en ellos el tálamo
Los enseres
El altar
¿Somos, aún, troyanas?
El mar despojó nuestro paso
Arrastró nuestros símbolos en la rompiente
Estrelló entre las rocas nuestro orgullo imperial
El mar nos trajo hasta las costas de un pueblo
Que se yergue entero sobre el cuero de un buey
Se aquietaron los dioses
No sabemos por cuánto
No sabemos qué abrupto designio
Nos condujo a la tierra
Ni cuándo ha de ser imperioso zarpar
Entretanto cantamos
Pisamos la arena
Escuchamos un grillo
Nos da sombra un laurel
Y el mar se aletarga como un monstruo antiguo
Y en su lomo las barcas parecen dormir
Troyanas
 
 
(Fuente: Adriana Belda)

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