martes, 20 de abril de 2021

Ana Pérez Cañamares (Tenerife, España, 1968)

 

 

Para Antonio Orihuela

 

Cuando desollasteis al gato negro

 

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando acusasteis de bruja a la anciana

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando quemasteis aquel bosque

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando la mujer abortó por vuestras patadas

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando colgasteis del árbol al negro

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando arrancasteis la uña del meñique

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando os quedasteis mirando la agonía

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando sonreísteis al recibir el soborno

hubiera bastado para hacer la revolución.

 

Cuando lanzasteis la bomba número uno

hubiera bastado para hacer la revolución

 

Ahora el estupor nos impide calcular

cuál sería vuestro merecido

y nuestro resarcimiento.

 

*** 


Desnudarte, emperador.

 

También cuando yo sea

parte de tus ropajes

o uno de tus miembros.

Desnudarte, emperador.

 

 ***


I.

Y mientras vosotros maquináis

 

nosotros aturdidos

nos boicoteamos

un día y otro día

dejando que el cansancio

sea todo lo que nos pase.

 

II

Por la mañana el cansancio

por la tarde la ansiedad.

Nos acostamos confusos

como perros de anciana

que no entienden para qué

les ha sido concedida

la alegría de vivir.

 

III.

El descanso como tarea.

Las tareas como castigo.

Somos peces fabricando anzuelos.


*** 

 

Y ahora no sé quién soy

 

o si solo soy un qué.

No hice las preguntas.

Nadie se molestó en explicar.

Cómo interrogar a aquellos

que por toda bandera

enarbolaban la tristeza.

Cómo extraer las ideas

de los fieles a la ausencia.

Por eso trabajo el recuerdo

aunque sea de prestado

porque en los libros de historia

ya no me mira mi madre.

Estoy dispuesta a amar

las gotas que el miedo

dejó en su frente:

no la arrogancia de los garantes

ni el arrobo ante los zapatos

que nos aprietan el pie.

Desbrozo el recuerdo

como un huerto en la esquina

de un cementerio.

El tiempo que no se compartió

siempre se traviste de leyenda

y sus ropajes me quedan enormes

como jerséis heredados de gigantes.

En la sangre de los hijos de nada

un discurso sigue buscando dueño.

No mendigo la respuesta.

La olvidé porque la enterraron

sin una equis sobre su tumba.

La entrada de la mina

fue volada; muertos mis abuelos

que escribieron poesía

quemando altares.

Persigo señales de humo.

La buenaventura

no nos la dará dios.

Pero aun no siendo yo quien

algún día daré fe.

 

 ***


Con la vida se paga el espectáculo

 

que no es circo ni drama ni comedia.

Los actores nos escupen las palabras

y sin orden intercambian sus papeles.

Sólo queda abrirle al maquillaje

surcos para las lágrimas;

escribir en los párpados cómplice

y luego arrancar pestañas y letras.

Uno a uno afilarse los dedos

y empuñar las garras que pujan

por escapar del disfraz.

 

Por último, volverse al patio de butacas

-el público tiene mi rostro

y mi rostro es una careta rota-

y gritar, gritar, gritar:

si hay muertos, esto no es teatro.

Cuando hay muertos, es una guerra.

 

 

En   Economía de guerra. Ed. yalodijocasimiroparker. 2020

 

(Fuente:  Voces del extremo)

 

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