viernes, 23 de abril de 2021

Pat Boran, (Port Laoise, Irlanda, 1963)

 

 

Construyendo el arca

 
 
De niño, cada vez que llovía largo tiempo
solía preguntarme si había llegado la hora
de buscar herramientas
e ir al cobertizo de mi padre
a construir el arca.
 
Qué real, qué sentido era algo
en esa historia de la Biblia,
el viejo Noé, con el terror de la destrucción,
días y noches seguidos
hincado de rodillas, las aguas subiendo
a todo su alrededor;
 
y aquellas bestias inocentes,
esperando poder convertirse en sus amigas,
alineándose obedientes en parejas,
como si eso pudiera hacer la diferencia,
como si eso pudiera ayudarlas a destacarse del resto.
 
Algo en eso tocaba una fibra en mí.
Juntaba huevos de rana en un estanque cercano
para ver salir las larvas, un cuenco de puntos y comas,
pero a cuáles de todos esos glifos sepenteantes
debía elegir? 
 
Veía fascinado a muchachos más grandes
que, siempre de a dos,
venían ya de noche al jardín de nuestra casa
armados tan sólo con linternas y bolsas de arpillera,
y escalaban sin pensarlo los desagües oxidados
para alumbrar a las pobres palomas en sus nidos.
Con la tenue luz que supuraba de sus linternas,
cómo podían escoger
cuáles llevarse y alimentar y cuáles dejar en libertad?
 
En ese entonces
no podía recorrer todo el largo de la calle
sin pararme a saludar a cada perro solitario
pacientemente echado
a vigilar el lugar.
Amaba al cuzco, el mestizo, el inferior
no menos que a cualquier cachorro de raza.
Si fuera mía la decisión, poblaría mi arca
con la perrera local, con los perros rescatados,
con la gaviota lisiada del techo de nuestro vecino,
o la mula medio ciega, áspera como un sofá sin relleno,
que décadas atrás posó un momento
su hocico en mi palma —
y aún tiene que levantarlo.
 
Y cómo decidió Noé
dónde dormirían los leones, los corderos,
las pirañas, ballenas y tiburones,
o, parado en la cubierta cuando el arca atestada
ya se separaba de los soportes
y empezaba a deslizarse sobre las olas,
cómo estableció las reglas de juego
para el pájaro carpintero, la carcoma, el gusano de la madera?
 
He amado la historia toda la vida,
pero esa versión más conocida parece equivocada.
No es Noé que salva a los animales,
sino son los animales, como siempre, los que salvan al hombre;
 
en tiempos de miedo abrumador ,
en tiempos de insomnio y conflicto,
la causa que eleva la mirada, la mente,
el corazón afligido; el punto de foco
en el paisaje inundado de nuestras vidas.
 
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[Trad.: Gerardo Gambolini]
 
 
 
(Fuente: Gerardo Gambolini)

 

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