El descarado
gemido
del egoísmo
me desnuda
de
olvido
Tuve que vaciar
el vaso
de todo significado
hasta
reducirlo
a tintineo y reflejo.
No
obstante su aire
de despreocupado regente,
el cerro
se interrumpe.
Le cupo la
intromisión
de la banalidad
y el frío,
la persistencia de la extenuación.
Fallida
adoración
al sol: la acritud
como
único
rito. Una pena. Un
despropósito,
un desperdicio.
Las fotos de mi propio cansancio
construyen
un laberinto,
cuya salida es el sueño.
Rara
amalgama clarividente:
greda y pedernal.
La sabiduría
desplegada en una lectura
sinuosa. Yo no
sé
otra cosa que
consultar
a las piedras
y a las nubes.
Hablo el lenguaje
del idiota
en el país
de los
insatisfechos,
de los desquiciados,
de los impacientes.
Mi lenguaje
se debate entre
la violencia,
la codicia, la usura,
el poder,
el goce, el lujo.
Yo
hablo un lenguaje que
me atemoriza.
(Fuente: El poeta ocasional)
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