Los lamentos de un Ícaro
Los que tienen rameras por amantes
son felices, activos y saciados;
en cuanto a mí, tengo los brazos rotos
después de aquel abrazo de las nubes.
Por culpa de los astros singulares
encendidos en lo alto de los cielos,
mis ojos abrasados ya no ven
más que vagos recuerdos de los soles.
Yo quise vanamente del espacio
encontrar el final y el corazón;
pero un ojo de fuego misterioso
ha quebrado mis alas en el aire;
consumido de amor por la belleza,
ya no tendré jamás la excelsa gloria
de poder dar mi nombre a los abismos
que me van a servir de sepultura.
Introducción, traducción y notas de CARLOS PUJOL.
Las flores del mal. Barcelona. RBA Editores. 1995. Pág. 226.
(Fuente: Mecánica celeste)
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