Poemas de L’Effraie et autres poésies (1953)
La noche es una gran ciudad dormida
donde sopla el viento, venido de lejos hasta
el asilo de este lecho. Es medianoche de junio.
Tú duermes, me trajeron a estos bordes infinitos,
el viento sacude el avellano. Al llegar este grito
que se acerca y se retira, creeríamos
es un resplandor fugaz entre el bosque, o quizá
las sombras que, se dice, giran en los infiernos.
(De ese grito en la noche de verano, cuántas cosas
podría decir, y de tus ojos…) Pero es sólo
el pájaro llamado lechuza, que nos convoca al fondo
de estos bosques de suburbio. Y ya nuestro olor
es el de la podredumbre al amanecer,
ya debajo de nuestra piel tan cálida punzan los huesos,
mientras en las esquinas de las calles se hunden las estrellas.
* * *
El mar de nuevo se oscurece. Ya sabes,
es la última noche. Pero ¿a quién estoy llamando?
Además del eco, no le hablo a nadie, a nadie.
Donde se desmoronan las rocas, el mar es negro, y truena
en su campana de lluvia. Un murciélago
choca contra los barrotes de aire con vuelo confuso,
todos estos días se perdieron, desgarrados por sus alas
negras, la majestad de estas aguas demasiado fieles
me deja frío, porque nunca le hablo
ni a ti, ni a nadie. ¡Que se hundan estos “días hermosos”!
Parto, sigo envejeciendo, poco me importa,
al que se va, el mar sabrá cerrarle la puerta.
Noticias de la noche
A la hora en que la luz oculta su rostro
en nuestros cuellos, se vocean las noticias de la tarde,
se nos confunde. El aire es dulce. Seres de paso
por esta ciudad, nos podremos sentar un rato
a orillas del río donde se mueve un árbol apenas verde,
después de haber comido de prisa; ¿tendré siquiera
tiempo de hacer este viaje antes del invierno,
de besarte antes de partir? Si me amas,
retenme, el tiempo de recuperar el aliento, al menos,
sólo esta primavera, que nos dejen tranquilos
bordear la temblorosa paz del río hasta muy lejos,
donde se encienden las fábricas inmóviles…
Pero no hay manera. El extranjero que camina
no debe volverse, o se convertiría
en estatua: sólo se puede avanzar. Y las ciudades
que aún se yerguen arderán. Suerte
que al menos visité Roma el año pasado,
que nos hayamos amado de prisa, antes de la ausencia,
mirado una vez más, besado de prisa,
antes de que voceen El Mundo[1] a nuestro último mundo
o Esta tarde[2] al último bello atardecer que nos confunde…
Partirás. Ya tu cuerpo es menos real
que la corriente que lo desgasta, y estos humos en el cielo
tienen más raíces que nosotros. Es inútil
forzarnos. Contempla el agua, cómo fluye
por la grieta entre nuestras sombras. Es el fin,
que nos quita el gusto de pasarnos de listos.
Interior
Hace tiempo que intento vivir aquí,
en esta habitación que finjo amar,
la mesa, los objetos indiferentes, la ventana
abriéndose al fin de cada noche a otros verdores,
y el corazón del mirlo late en la hiedra oscura,
por doquier los resplandores liquidan la sombra envejecida.
Acepto también creer que no hace frío,
que estoy en casa, que será una buena jornada.
Solo, justo al pie de la cama, esta araña
(por culpa del jardín), a la que no pisoteé
lo suficiente, diríase que todavía urde
la trampa que aguarda mi frágil fantasma.
Carta
Michele, hemos sido de esos pájaros
que se rozan, en rápido ascenso hacia la luz,
y se persiguen gritando cada vez más fuerte
hasta el éxtasis, muy parecido a lo efímero…
—Pero basta de imágenes entre nosotros: dije en sueños
las palabras que acortan la distancia
entre nuestros cuerpos, esos personajes infernales;
supiste formar anillos bastante estrechos
para que se alegren hasta olvidar sus fronteras
y la muerte que espera, curiosa, detrás;
yo, a menudo fui como un niño distraído,
viajaba, envejecía, te abandonaba,
y cuando somos remontados hacia el alba severa,
es un espectro que guiabas de calle en calle,
allí donde el canto del gallo no podría alcanzarlo.
Y sin embargo esta sombra te amaba… No se sabe
qué encontraremos allí para abrazarte…
—Habitante de esta noche, pensarás
sin demasiado odio hacia el que mora quién sabe dónde
y te rozó como un pájaro en los párpados
después subió, sin dejar de observar debajo
tu sonrisa centellear como un río…
Aguas y bosques
I
La claridad de estos bosques en marzo es irreal,
todo está aún tan fresco que apenas insiste.
Los pájaros no son numerosos; solo
muy lejos, donde el espino ilumina los matorrales,
el cuco canta. Vemos parpadear el humo
que se lleva lo que quemamos en un día,
la hoja muerta sirve a las coronas vivas
y, siguiendo la lección de los peores caminos,
bajo las zarzas, llegamos al nido de la anémona,
claro y común como la estrella de la mañana.
II
Aunque conociera la red de mis nervios
tan precaria como una telaraña,
no dejaría de alabar estas maravillas del verde,
estas columnas, incluso las elegidas para el hacha,
y estos caballos de leñadores… Mi confianza
debería algún día incluir al hacha, al rayo,
si la belleza de marzo es sólo obediencia
mirlo y violeta, en un día claro.
III
El domingo puebla los bosques de niños lloriqueantes,
mujeres que envejecen; uno de cada dos niños sangra
en la rodilla, y regresamos con pañuelos grises,
dejando papeles viejos cerca del estanque… Los gritos
se alejan con la luz. Bajo el hechizo,
una niña se aprieta la falda a cada alarma,
con aire exhausto. Toda dulzura, la del aire
o la del amor, tiene crueldad en el reverso,
cada hermoso domingo su rescate, como las fiestas
esas manchas en la mesa donde nos inquieta el día.
IV
Cualquier otra inquietud sigue siendo trivial,
no caminaré mucho por estos bosques,
y la palabra no es ni más ni menos útil
que estos amentos de sauce en las marismas:
poco importa que se vuelvan polvo si brillan,
muchos otros caminarán por estos bosques que morirán,
poco importa que la belleza se pudra,
ya que parece en total sumisión.
* Traducción de Jorge Yglesias.
(Fuente: Rialta)
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