YA NO HAY CUISES
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Ya no hay cuises, amigos, ya no hay
esos ojitos vivaces a orillas de las rutas, no los veo
con su ropa selvática arañar el pavimento,
darle luz al pavimento, desafiar la cordura, morder el cielo,
no, no existen ya, se los ha comido la neblina tóxica,
el fuego indiscreto, como si no importaran a nadie.
Ay, de nosotros, cuando la vida ya no importa, cuando
nos dejan solos
en una intemperie negra
y el viento y el agua y la sangre están envenenados.
Ya no hay cuises, amigas mías,
lo que quiere decir: toda inocencia debe ser arrollada,
sacrificada al son de los tambores,
todo es tóxico, todo será tóxico, también las palabras,
sobre todo las palabras que callamos,
que escondemos debajo del mantel,
los días que no vendrán y el futuro
encerrado en una botella descartable.
Todo es tóxico
como la persona que amabas y ahora regresa
con un cuchillo,
como tu amigo que se va con tu novia al motel de la esquina,
como la profesora que maltrata a sus alumnas
porque ya no volverá a ser como ellas,
como el vecino que estudia tu esqueleto
para venderte un ataúd,
como un burócrata enroscado a su silla.
Ya no hay cuises, amigos campesinos,
ya no hay cuises, amigos camioneros,
nada que nos recuerde la tímida sonrisa de dios,
el vello de los ángeles, las caricias del sol
sobre las cosas.
Toda inocencia debe ser aniquilada.
La de los niños con ojos de cuises,
la de los viejos con ansiedad de cuises,
la de los artistas que pintan cuises en las paredes públicas
de todas las ciudades.
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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