Profesor Miguel Montoya,
gracias por enseñarme que la Ousia
no es la sustancia
y que la Filosofía es la libertad suprema
de la razón
y que la razón, enamorada de la justicia,
debe luchar encarnizadamente en este país, por mantener la tensión de la armonía.
Sé que fui tu peor alumno de griego,
el incendiario devoto de Hölderlin,
y que en clases de Aristóteles escribía poemas sobre la physis en vez de leer la Física.
El canto del día del equinoccio
me lo sabía de los potreros
y tú me fuiste dictando la ousia
en el lenguaje anterior a las raíces.
Nuestra conversación sobre el keraunós de Heráclito, ese látigo del nous,
aquel día en el patio de humanidades,
cuando un gran viento entre los árboles nos iluminaba, fundó para siempre lo sagrado en las sílabas.
Te habla El Fulminado,
ahora que puedo hablar,
ahora que eres el Logos
y mis lágrimas son el río de Heráclito,
ahora que Empédocles es la lava del Pico Bolívar reventando el vientre de la montaña.
Que la distancia es una ilusión
cuando Parménides ora en los pétalos del Aragüaney
y la muerte apenas una palabra remota
como el silencio de las deidades preolímpicas.
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