sábado, 24 de mayo de 2025

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947 / Reside en San Juan, Argentina)

 

 

Mi viejo
no fue a la guerra,
no fue
después de la despedida
pueblerina
consagrada a los futuros héroes,
después de los acordeones,
los valsecitos y mazurcas,
de los salames y el vino,
no fue
cabal y de mula
que conoce cada piedra
donde asentar el casco,
fue
desgarrado
en el torrente mercurial.
 
Fue desclavado
de su huerto,
la viñita,
dos ovejas y dos cabras
para caer
entre armas, órdenes,
humillaciones,
oficiales, desatino.
 
Fue
como bersagliere seleccionado,
alto,
derechito de pecho
y penachos,
pacíficos los ojos azules,
un alemán parecía,
vieranló. 
 
Fue para perpetuarse
en la ferocidad
de alquitrán y caucho
que borbollaban
día y noche,
esclavo
en un campo de concentración
cuyo nombre
nunca pudo o no quiso recordar.
 
Y volvió sin dientes,
los órganos primarios
ultimados,
manco,
el alma de flecos al desgaire,
con ganas de morirse
y no dar muerte.
 
Murió
peor que nutria
en trampa de hierro.
Boqueando amígdalas
y humo,
nidos de cáncer,
azufre y vulcanización.
 
Hoy estas cosas
no revisten importancia.
 
Mejor me saco una selfie
y salgo a la calle
para reclamar
por cualquier conflicto
que ruede por el orbe,
así no sepa bien de qué se trata,
así sea
contra las cacas de perro
en las playas de Cancún,
la homosexualidad
de los monjes budistas,
las tragedias que cada día
me brindan un motivo
solidario y eficaz,
así duermo tranquilo,
inocente,
blandito,
tras mi pastillita de clonazepam,
muy arrejuntado
a mi hazañita empática
o como mongo se llame.

- Inédito -

 

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