bienaventuranza vi
Bienaventuradas sean aquellas mujeres
‒tan siempre madres, esposas,
abuelas o hermanas‒
que aprenden a levantar sus puños
en plazas, autobuses y dormitorios.
Bienaventuradas cuando dejan,
doblados sobre una silla,
el delantal, los suspiros,
la prudencia,
el temor, las cacerolas.
(Mujeres malabaristas,
capaces de dividir
entre ocho o quince el arroz,
los colchones y los besos;
mujeres cosidas a la tierra,
con ramas donde aletea un griterío de niños,
piar de niños que piden agua,
que piden, que piden,
cuánto piden,
subiéndose por los hombros y las piernas.)
Bienaventuradas
las mujeres que se agarran
bien fuerte las unas a las otras
y salen a recorrer las calles,
con pancartas de letra infantil.
Bienaventuradas ellas,
porque se han atrevido a gritar,
con su voz recién estrenada,
las palabras grandes, paz, respeto,
libertad, justicia, dignidad,
sin haberse cambiado de ropa,
en zapatillas y con pañuelos blancos
cubriéndose la cabeza.
Círculo de Poesía
(Fuente: La comparecencia infinita)

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