DEUDA
La sangre grita y alguien cae.
La víctima apenas alcanza
a sentir el sabor de la sangre.
Pero ya antes que el diente-de-Ieón
del cementerio
haya lanzado su primer paracaídas
el asesino también suelta su garra.
El césped vuelve a respirar.
(Traducción: Javier Sologuren, peruano)
En: Las uvas del racimo (1975)
Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1975, p. 85
(Fuente: Óscar Limache)
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