lunes, 26 de mayo de 2025

Rosario Castellanos (Ciudad de México, 25 mayo 1925–Tel Aviv, Israel, 7 agosto 1974)

 

 

 

DESTINO

 

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
 
El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
 
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
 
El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
 
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
—antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
 
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
 
 
 

MONÓLOGO EN LA CELDA

 

Se olvidaron de mí, me dejaron aparte.
Y yo no sé quién soy
porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie
me ha dado ser, mirándome.
 
Dentro de mí se pudre un acto, el único
que no conozco y no puedo cumplir
porque no basta a ello un par de manos.
 
(El otro es el espacio en que se siembra
o el aire en que se crece
o la piedra que hay que despedazar.)
 
Pero solo... Y el cuerpo
que quisiera nacer en el abrazo,
que precisa medir su tamaño en la lucha
y desatar sus nudos
en un hijo, en la muerte compartida.
 
Pero solo... Golpeo una pared,
me estrello ante una puerta que no cede,
me escondo en el rincón
donde teje sus redes la locura.
 
¿Quién me ha encerrado aquí? ¿Dónde se fueron todos?
¿Por qué no viene alguno a rescatarme?
 
Hace frío. Tengo hambre. Y ya casi no veo
de oscuridad y lágrimas.
 
 
 
 

APELACIÓN AL SOLITARIO

 

Es necesario, a veces, encontrar compañía.
 
Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.
 
¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?
 
 
 

LÍMITE

 

Aquí, bajo esta rama, puedes hablar de amor.
 
Más allá es la ley, es la necesidad,
la pista de la fuerza, el coto del terror,
el feudo del castigo.
 
Más allá, no.
 
 
 
 

AMANECER

 

¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared?
¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye?
¿Se echa uno a correr, como el que tiene
las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?
 
¿Cuál es el rito de esta ceremonia?
¿Quién vela la agonía? ¿Quién estira la sábana?
¿Quién aparta el espejo sin empañar?
 
Porque a esta hora ya no hay madre y deudos.
 
Ya no hay sollozo. Nada, más que un silencio atroz.
 
Todos son una faz atenta, incrédula
de hombre de la otra orilla.
 
Porque lo que sucede no es verdad.
 
 
 

LO COTIDIANO

 

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
 
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
 
Lívida luz (1960)
 
 
En: Poesía no eres tú. Obra poética 1948-1971 (1972)
México: Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 171-172, 176-177, 177, 178, 179-180 y 180
 


(Fuente: Óscar Limache)

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