jueves, 29 de mayo de 2025

Gonzalo Rojas (Chile, 1916 - 2011)

 


 

 

EL DINERO

 

Yo me refiero al río donde todos los ríos desembocan,
Al gran río podrido,
Donde vienen a dar nuestros pulmones que hemos criado para el aire,
Al río coagulado que lleva en su corriente sanguínea los despojos
De nuestra libertad: todas las rosas
En sus alcantarillas comerciales,
Las rosas del placer y de la dicha, las rosas de la noche
Que se abrieron a todos los sentidos,
Depositadas hoy en las aguas viscosas, donde las siete plagas
Nos manchan y nos muelen, nos consumen, nos comen
Con sus dientes inmundos bajo el beso y la risa del encanto.
 
El río entra en nosotros,
Y nosotros entramos en el río.
Es una guerra a muerte, como la del microbio
Que nos roba el color de nuestra sangre,
A cambio del sustento con que nos embrutece, y nos permite
Una hora de amor después de la fatiga del trabajo.
 
Cuando al amanecer saltamos al abismo
Desde el confort caliente de nuestros blancos lechos,
Y ponemos los pies sobre las cosas,
Abrimos la ventana para mirar el cuerpo
De nuestra realidad, y antes que salga el sol
Sale para nosotros la lividez del río,
El aliento malsano del río de la muerte
Que nos cobra intereses por velar nuestra noche.
 
Por las noches, las prostitutas lo enriquecen,
Los criminales que entran a casa de sus víctimas
Con la muerte en los ojos, los avaros que creen
Aprovecharse de él, y son las pobres pústulas
En este infinito río reventado
Con llaga monstruosa.
 
Todos los miserables contribuyen
Al desarrollo, el crecimiento informe
De este charco sin término.
 
Los Bancos y los Templos abren sus grandes puertas
Para que pase el río.
Todo se normaliza para que el río reine sobre vivos y muertos,
Y de todos los ojos que corren por las calles
Sale el color maligno de su agua purulenta,
Y de todas las bocas sale el olor del río.
 
Comemos, trabajamos por el honor del río
Y el día que morimos, nuestra mísera sangre
Es devorada por el río
Y nuestros duros huesos que parecían dignos de tierra
También sirven al río como otros tantos testimonios
De su poder, que pone blandas todas las cosas.
¿Cómo parar su cauce envenenado,
Cómo cortar las grandes arterias de este río
Para que se desangre de una vez, y eche abajo
Las tiendas y los tronos
Que vive construyendo sobre nuestra miseria?
 
Pero no lo gritemos. Que él sabe nuestra suerte,
Él es la institución y la costumbre,
Él vence los regímenes, demuele las ideas,
Él mortifica al pobre, pero revienta al rico
Cuando no se somete a lamer su gangrena,
Él cobra y paga, sabe lo que quiere
Porque es encarnación de la muerte en la tierra.
.....

(Fuente: Daniel Freidemberg)

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