EL FIEL DE LA BALANZA
a Thomas Kinsella, el perfeccionista
Manos fantasmales envolvían
la suntuosidad de la selva
en aquella isla pedregal,
el brillo sobre todo lo convexo.
Alguien había perdido la memoria:
el gran evocador de la tristeza,
única fuerza de los actos iniciales,
redactor de la epopeya.
Su ánima subsanó la herida obedeciendo,
dando la voz a cambio.
Esa tarde me mostró una cicatriz.
Y dijo: sáciame con fuego.
Que rompa la madrugada
el iris,
resuelle
en pos
de su color.
(Fuente: Ada lírica)
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