lunes, 31 de mayo de 2021

Wallace Stevens (Estados Unidos, 1879-1955)

 

 

MAÑANA DE DOMINGO

 

Complacencias del batón, y tardío
Café y naranjas en una silla al sol,
Y la verde libertad de un papagayo,
Se mezclan en una alfombra para disipar
El sagrado silencio de los sacrificios antiguos. Ella sueña un poco, y siente la oscura Invasión de esa vieja catástrofe, 

Como se oscurece una bonanza entre las luces del agua. Las vívidas naranjas y las brillantes alas verdes Parecen cosas en alguna procesión de los muertos, Serpenteando por las anchurosas aguas, sin ruido, 

El día es como un agua anchurosa, sin ruido, Aquietado para que pasen sus pies que sueñan Sobre los mares, hacia una silenciosa Palestina, Dominio de la sangre y del sepulcro.

II 

¿Por qué dará su dádiva a los muertos?
¿Qué es la divinidad si sólo llega
En silenciosas sombras y en sueño?
¿No encontrará en consuelos del sol,
En fruta vívida y en las brillantes alas verdes, o sino En los bálsamos y bellezas de la tierra, 

Cosas dignas de amor, como la imagen del cielo?
La divinidad tiene que vivir en ella misma:
Lamentos en la soledad, o indómitos
Entusiasmos cuando la selva florece; huracanadas Emociones en caminos mojados por las noches de otoño; Todos los placeres y todas las penas, recordando 

La rama del verano y la rama invernal. Tales son las medidas de su alma. 

III 

Zeus tuvo en las nubes nacimiento inhumano. Ninguna madre lo amamantó, ningún dulce país Dio amplios ademanes a su mítica mente.
Anduvo entre nosotros, como un rey que murmura, Magnífico, andaría entre sus corzas, 

Hasta que nuestra sangre, conjugándose, virginal, Con el cielo, trajo tal recompensa al deseo que Hasta las corzas lo divisaron en una estrella. ¿Fracasará nuestra sangre? ¿Llegará a ser 

La sangre del Paraíso? ¿Y se parecerá

Toda la tierra que conocemos al Paraíso?
El cielo entonces será más amistoso que ahora, Participará en el trabajo y participará en el dolor, Y próximo en la gloria al amor que perdura,
Y no este azul indiferente, que aleja.

IV 

Ella dice: “Estoy contenta cuando los pájaros
Antes de volar, prueban la realidad
De los nublados campos con sus dulces preguntas;
Pero cuando los pájaros se han ido, y sus calientes campos Ya no vuelven, ¿dónde está el Paraíso?”.
No hay morada para la profecía,
Ni antiguas quimeras del sepulcro,
Ni el áureo subterráneo, ni isla
Melodiosa, donde regresan los espíritus,
Ni un visionario sur, ni nebulosa palmera
Remota en una colina del cielo, que ha perdurado
Como perdura el verde de abril; o perdurará
Como su memoria de pájaros despiertos;
O su anhelo de junio y de la tarde, tocado
Por el agotamiento de las alas de la golondrina.

Ella dice: “Pero aun siento en el consuelo
La necesidad de una imperecedera ventura”.
La muerte es madre de la belleza; sólo de ella
Vendrá el cumplimiento de nuestros sueños
Y de nuestros deseos. Aunque desparrama las hojas
Del seguro olvido en nuestros senderos,
El sendero que la pena enferma tomó, los muchos senderos Donde retumbó la crasa fanfarria del triunfo, o donde el amor Movido por ternura susurró algo,
Hace que el sauce se estremezca en el sol
Para muchachas que solían sentarse y mirar
La hierba, abandonada a sus pies.
Hace que los muchachos apilen nuevas ciruelas y peras
En desdeñadas fuentes. Las muchachas prueban
Y apasionadamente se extravían en las hojas acumuladas. 

VI 

¿No habrá cambio de muerte en el Paraíso?
¿No cae jamás la fruta madura? ¿Cuelgan las ramas Grávidas siempre contra el cielo perfecto, Inmutable, pero tan parecido a nuestra tierra mortal, Con ríos como los nuestros que buscan mares

Que nunca encuentran, las mismas playas que se alejan Y que nunca se tocan, con inarticulado dolor?
¿A qué poner el fruto en estas márgenes
O embalsamar las costas con la flor? 

Ay de nosotros, que allí usen nuestros colores, Los tejidos de seda de nuestras tardes,
Y pulsen las cuerdas de nuestros insípidos laúdes. La muerte es la madre de la belleza, mística,
En cuyo ardiente pecho imaginamos
Nuestras madres terrestres, esperando, insomnes.

VII 

Ágil y turbulento, un círculo de hombres
Cantará, orgiástico, en una mañana de verano
Su estentórea devoción al sol,
No como un dios, sino como un dios podría estar Desnudo entre ellos, como un manantial salvaje.
Su canto será un canto de Paraíso,
Salido de su sangre, volviendo al cielo;
Y en su canto entrarán, voz por voz,
El tempestuoso lago en el que su señor se deleita, Los árboles como serafines y las retumbantes colinas Que prolongan el coro mucho después,
Conocerán muy bien la celestial camaradería
De los hombres que mueren y de la mañana estival. Y el rocío sobre sus pies manifestará
De dónde han venido y adónde van.

VIII 

Ella escucha, sobre el agua silenciosa
Una voz que grita: “La sepultura de Palestina
No es el pórtico de los espíritus que se demoran.
Es la tumba de Jesús, donde yació”.
Vivimos en un viejo caos del sol,
O en una vieja dependencia del día y de la noche,
O en la soledad de una isla, sin tutela, libres,
De esa anchurosa agua, inescapable.
Recorren los ciervos nuestras montañas, y las codornices Silban en torno a sus espontáneos gritos;
Las dulces frutillas maduran en la soledad;
Y, en el aislamiento del cielo,
Al atardecer, bandadas casuales de palomas trazan Ambiguas ondulaciones cuando descienden
Hacia la oscuridad, con extendidas alas. 

 

Traducción de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges 

 

 

 

SUNDAY MORNING 

 

Complacencies of the peignoir, and late Coffee and oranges in a sunny chair, And the green freedom of a cockatoo Upon a rug mingle to dissipate 

The holy hush of ancient sacrifice.
She dreams a little, and she feels the dark Encroachment of that old catastrophe,
As a calm darkens among water-lights.
The pungent oranges and bright, green wings Seem things in some procession of the dead, Winding across wide water, without sound. The day is like wide water, without sound, Stilled for the passing of her dreaming feet Over the seas, to silent Palestine,
Dominion of the blood and sepulchre. 

II 

Why should she give her bounty to the dead? What is divinity if it can come
Only in silent shadows and in dreams?
Shall she not find in comforts of the sun, 

In pungent fruit and bright, green wings, or else
In any balm or beauty of the earth,
Things to be cherished like the thought of heaven? Divinity must live within herself: 

Passions of rain, or moods in falling snow; Grievings in loneliness, or unsubdued Elations when the forest blooms; gusty Emotions on wet roads on autumn nights; All pleasures and all pains, remembering The bough of summer and the winter branch. These are the measures destined for her soul.

III 

Jove in the clouds had his inhuman birth. No mother suckled him, no sweet land gave Large-mannered motions to his mythy mind. He moved among us, as a muttering king, Magnificent, would move among his hinds, Until our blood, commingling, virginal, With heaven, brought such requital to desire The very hinds discerned it, in a star.
Shall our blood fail? Or shall it come to be 

The blood of paradise? And shall the earth Seem all of paradise that we shall know?
The sky will be much friendlier then than now, A part of labor and a part of pain, 

And next in glory to enduring love, Not this dividing and indifferent blue. 

IV 

She says, “I am content when wakened birds, Before they fly, test the reality
Of misty fields, by their sweet questionings;
But when the birds are gone, and their warm fields Return no more, where, then, is paradise?” 

There is not any haunt of prophecy,
Nor any old chimera of the grave,
Neither the golden underground, nor isle Melodious, where spirits gat them home,
Nor visionary south, nor cloudy palm
Remote on heaven’s hill, that has endured
As April’s green endures; or will endure
Like her remembrance of awakened birds,
Or her desire for June and evening, tipped
By the consummation of the swallow’s wings.

She says, “But in contentment I still feel
The need of some imperishable bliss.”
Death is the mother of beauty; hence from her, Alone, shall come fulfilment to our dreams
And our desires. Although she strews the leaves Of sure obliteration on our paths, 

The path sick sorrow took, the many paths Where triumph rang its brassy phrase, or love Whispered a little out of tenderness,
She makes the willow shiver in the sun 

For maidens who were wont to sit and gaze Upon the grass, relinquished to their feet. She causes boys to pile new plums and pears On disregarded plate. The maidens taste And stray impassioned in the littering leaves. 

VI 

Is there no change of death in paradise? Does ripe fruit never fall? Or do the boughs Hang always heavy in that perfect sky, Unchanging, yet so like our perishing earth, 

With rivers like our own that seek for seas They never find, the same receding shores That never touch with inarticulate pang? Why set the pear upon those river banks
Or spice the shores with odors of the plum? Alas, that they should wear our colors there, The silken weavings of our afternoons, 

And pick the strings of our insipid lutes! Death is the mother of beauty, mystical, Within whose burning bosom we devise Our earthly mothers waiting, sleeplessly. 

VII 

Supple and turbulent, a ring of men
Shall chant in orgy on a summer morn
Their boisterous devotion to the sun,
Not as a god, but as a god might be,
Naked among them, like a savage source.
Their chant shall be a chant of paradise,
Out of their blood, returning to the sky;
And in their chant shall enter, voice by voice, The windy lake wherein their lord delights,
The trees, like serafin, and echoing hills,
That choir among themselves long afterward. They shall know well the heavenly fellowship Of men that perish and of summer morn.
And whence they came and whither they shall go The dew upon their feet shall manifest. 

VIII 

She hears, upon that water without sound, A voice that cries, “The tomb in Palestine Is not the porch of spirits lingering.
It is the grave of Jesus, where he lay.” We live in an old chaos of the sun, 

Or old dependency of day and night,
Or island solitude, unsponsored, free,
Of that wide water, inescapable.
Deer walk upon our mountains, and the quail Whistle about us their spontaneous cries; Sweet berries ripen in the wilderness; 

And, in the isolation of the sky,
At evening, casual flocks of pigeons make Ambiguous undulations as they sink, Downward to darkness, on extended wings. 

***

 

(Fuente: Aire nuestro)



 

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