lunes, 31 de mayo de 2021

Viviana Gonzales (La Paz, Bolivia, 1985)

 

 

HISTORIA DE UN VUELO, UN BASTÓN Y UNA TRENZA

Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella
y vamos cayendo.
Vicente Huidobro

En un vuelco de nubes celestes
hay un mar a lo lejos que yo no alcanzo a ver.
Son años de ceguera y no mar,
un soplido se desprende del tiempo.

El tiempo es –lo sabemos–
una palabra mayúscula.

Hay un hilo que brota por entre mis piernas
mientras vuelo el hilo me quiere atar a la tierra.
Mi madre y mi abuela cepillan una trenza enorme,
otra mujer la decora con guirnaldas y petunias.

Es difícil alcanzar el vuelo con el hilo que me ata,
con la vagina cerrada, entumecida y espantada.

Yo no puedo elevarme porque al miedo
nunca le ha dado la gana de soltarme.

Si ahora caigo de seguro el hilo se rompe y
el miedo saldrá corriendo
al ver la nada que soy, que me ha vuelto.

Alguno que otro llorará mi ausencia
mi madre
mi abuela
desde el otro lado
la lluvia.

Mi hijo no tiene hilos entre sus piernas.
Hay un bastón que lo sostiene.
Puede fallar en el despegue o incluso caer como yo.
El bastón sujeta al hombre, a mi hijo.

Más tarde voy a llegar a llorar mi cortedad
y el miedo me volverá a coger vacía,
eso le dejaré a mi hijo
mi muerte blanca y absurda
mi sexo nocturno con el miedo
mi trenza roja y omnipotente
que emerge todos los días
el monstruo que devora mi útero.

Mañana
quizás a hurtadillas
pueda volar de nuevo
libre de todo:
sin hilos
sin vientre
sin miedo.

Tomar las tijeras de la máquina de coser de mi abuela
abrirlas
abrirme
parir mis dolores
mis angustias
mi pasado
empaparme de hombría, sujetar un bastón
con mis piernas y

Volar.

VISIÓN DE TRISTEZA

Por las tardes me siento en las afueras del miedo
y espero el tren doscientos ochenta y cinco.
En ocasiones el fango no me deja
levantar los pies o subir
en la espesura del tiempo y resguardarme
en el vagón primero.

Las ventanas de mi rostro
esperan su limpieza con los dedos.
Hay un charco de lluvia a las cuatro,
un pez multicolor se desliza río abajo.
Abro la boca,
el pez se adentra salado en mi lengua
¡pecesito solitario!

Las paredes del miedo miden llantos de alto,
odios de ancho,
el hombre se cae
desde el piso doce de la calle Dorant,
tiene el pecho atravesado de cuchillos,
un suicido colectivo de morsas
desde la bruma celeste de mi memoria,
creo que poco más puedo decir

mientras trago peces como serpientes
como dagas punzantes
como cuchillos
alfileres plateados.

Un día también pude ver un tigre a los ojos,
el aleteo de cisnes.
Suave pronunciamiento
del nombre de las hojas.

Hay formas de no escalar paredes
[si no quieres

de preferir la tarde
[sin lluvia

de no mojarte en los charcos
de aceptar la vida.

NÁYADES

No todo mi corazón te ama.
Solo la parte que está enferma.
Yolanda Pantin

Quisiera encontrar tu cuerpo o la letra inicial de tu nombre,
esa marca con la que atraviesas el mundo
y exhortas a mi alma para que te pronuncie
siempre a deshoras.

Hay un tiempo para trazar cada marca de tu rostro.
Mirar a través de la ventana y saludar al hombre de fuego
que atraviesa mi recóndito dolor
escondido bajo los pliegues solitarios de esta piel intacta.

Caerá un brillo sobre ti a esta hora del día
y yo daré vuelta la calle
con el peso de cien mujeres a mi espalda
que rugen tu nombre
desde cualquier confín del mundo.

Mi rostro es un río hecho de tulipanes
que nace del chillido de estas hembras
dolientes
…………….alocadas
………………………….histéricas.

¿Cómo hago para que dejen de gemir?

Yo decido cargar con ellas
mientras sacuden la tierra desde el torbellino de su sangre.
No lo pienses mucho,
hay mujeres afuera, agonizantes, capaces de destruir
los cimientos que otorga la razón
para el actuar pausado.

Las he visto adentrarse en el bosque
para dialogar con el dios árbol sangre de dragón.

A ti, bendito entre los hijos de esta tierra,
vienen a brindarte su mar como refugio.

Cuando yo quiero hablar de amor me vuelvo navío
y recojo sirenas de cuerpos redondos
que en ocasiones hablan por mi.

 

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