un mal, una palabra, una carta
¿Qué
comprende él de mí? ¿Qué comprendo yo de él? ¿Todo, como se tiene
tendencia a creer en los momentos de las apoteosis de nuestra fusión,
tan completa como inexpresable? ¿O nada, como pienso yo, cómo puede
decir él al primer descalabro que viene a zarandear nuestros vulnerables
palacios de espejos...?
Vértigo
de identidad, vértigo de palabras: el amor es, a escala individual, esa
súbita revolución, ese cataclismo irremediable del que no se habla mas
que después. En el momento no se habla de. Se tiene simplemente la
impresión de hablar al fin, por primera vez, de verdad. Pero ¿es
realmente para decir algo? No necesariamente. Si no ¿qué exactamente?
Hasta la carta de amor, esa tentativa inocentemente perversa de calmar o
relanzar el juego, está demasiado inmersa en el fuego inmediato como
para no hablar mas que de "mí" y de "ti", o incluso de un "nosotros"
salido de la alquimia de las identificaciones, pero no de lo que sucede
realmente entre el uno y el otro.
No
es de este estado de crisis, de abatimiento, de locura que puede romper
todas las barreras de la razón, como puede, semejante a la dinámica del
organismo vivo en pleno crecimiento, transformar un error en
renovación, remodelar, rehacer, resucitar un cuerpo, una mentalidad, una
vida. O incluso dos.
Sin
embargo, si se admite, contrariamente a nuestras jóvenes enamoradas
incrédulas, que, a pesar de lo inconmensurable del afecto y del
sentimiento puesto en juego por los protagonistas, se puede hablar de un
amor, del Amor, hay que admitir también que, por muy vivificante que
sea, el amor siempre nos quema. Hablar de él, aunque sea después, no es
posible más que a partir de esta quemadura.
***
Historias de amor. Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 2009.
Versión de Araceli Ramos Martín
(Fuente: La comparecencia infinita)
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