jueves, 27 de mayo de 2021

Héctor A. Murena (Buenos Aires, 1923-1975)

 

 

Himnos a la noche
 

¿Con qué corazón, con qué ánimo cantarte, noche,
en esta ciudad triste como una gran niña sorda
que no podía desearnos, entre hombres fatigados
por el peor de los males, por la espera, que venían 
a repetir en vano desde todas partes los llamados,
las comidas, las frustradas fiestas, a mancharte
sin saberlo, simulando en tus umbrales el inefable ruido
que es el mundo en los días de la vida verdadera?
Íbamos solos y callados por las calles, por iluminadas avenidas,
nos mirábamos sin paz, como sacerdotes amenazados,
en nuestra piel contábamos el paso del tiempo,
en la vaga angustia de una mujer que nos quería,
mientras sentíamos siempre entre los dientes el gusto
honroso y mortal de un fruto de silencio que ardía.
Y ese fruto era el válido homenaje de nuestras voces
que el alba a veces premiaba con su turbia amnistía.
 

La vida nueva, 1951
 
 


La casa de la melancolía
 

Tras la puerta
de la enfermedad
un piano toca
una desconocida
melodía de amapolas
y plata.

¡Prole de la soledad!
Significa
lo que quieras
entrañablemente,
el remedio, la daga,
la quimera,
el beso
que logres
hacer brotar:
cuídate de tu silencio,
no lo llenes,
no lo vacíes,
todo es impostura,
sólo vale un gesto,
una espuela
que se prepara
sin bajar.

Mas en un nivel
muerto
palpita la blanca
medusa del tiempo,
mientras la lluvia
como infinito
cae.
 
 

El demonio de la armonía, 1964
 

En La poesía del cincuenta, selección, prologo y notas de Daniel Freidemberg, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1981
 
 
(Fuente: Campo de maniobras)

 

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