Herramienta de Madoz
Ponga un cuchillo en su vida
con regla selectiva para cortar prejuicios
para cortar por lo enfermo, al milímetro
un agujero en la nada.
Aquel del surtido futurista
que no brillaba por el borde,
el que melló los colores célibes
hasta convertirlos en perfil de llaves.
Cortar lo que sobra de todo un hombre
los fundamentos del comercio internacional
las encuadernaciones y las miniaturas
de la fiesta que va por dentro.
Rogamos lea las instrucciones
no se equivoque al empuñarlo
y, sobre todo, no se lo ponga al cuello
puede morder.
Agradecimiento
Por el lamentable estado del cuello
sangriento se deduce
que ayer hubo festín de buitres.
Una víctima cándida de torpe lengua
sin duda alguna
por no imaginar su despiece
y desamparo.
Ignoraba la mala entraña
el icónico riesgo del deambular
en lo tocante a los campos de reyerta
y la noble labor de guillotina necrófaga.
Suturar la cabeza desmembrada
los flecos del escote
no dar el brazo a torcer
y declarar
con la boca llena de hormigas
que tiernos órganos vigilantes
de mamífero hembra
ofrendarán el cadáver
al voraz apetito público
que muestran los carniceros de mujeres
en mitad de una mano.
No es nimia la tortura
de reconstruirse, trozo a trozo
de acomodar el cigarrillo en la boca
y echar a andar errante en páramos
sin remedio ni pomada
como convicto fantasma holandés
a la busca estéril del resto propio
de la perpetua sombra intolerable.
[Ahora vivo en Greenwich, 11]
La desintegración de la mitad norte
continúa hoy día en la grieta media
colisiones en curso pueden indicar
la creación de un nuevo subcontinente.
Tras la orogénesis, el reloj de cuatro patas
se desplaza hacia la cama y, de pronto,
en otra dirección, ante la mesita del desayuno
separadas masas continentales
se conectan por un solo brazo albino
terminado en garra que empuja sobre un hombro.
De rodillas, ante Marasia,
la desintegrada parte sur.
[Ahora vivo en Greenwich, 14]
El acto ajeno es carnada sangrante.
La mujer traga saliva atrapada
en el arrebato de lo que sucede
—algo relevante e íntimo—
tras la cerradura, en el otro cuarto
habitado del hotel:
la inminencia del mediodía.
Un momento de espera inalterable
adopta el contraluz crepuscular de los sueños.
La absorta inmovilidad
denuncia la obsesión cruel
por el acoplamiento
noble coito de una mantis de atávico
instinto destructor.
Conversan dos menhires en la isla
sobre la dócil tierra de labranza
donde descansa el féretro infantil
enraizado, invisible y espectral.
Suenan las campanas del Ángelus
a golpe de riñón.
Asida la carreta con dos manos
la cabeza desnuda
un lazo de vida invisible y seminal
como una repetición insensata
de piernas de mujer
y del delirio.
(Fuente: Zenda)
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