Si tan sólo fuéramos más altos
Aquella reja que entre los años caminamos, nos equilibró serena; Era un lugar a medio cielo donde, En el verde de las hojas y la promesa de un durazno Alzábamos la mano para tocar y casi tocar aquella mentira, Aquél azul que no era azul. Si pudiéramos de puntas alcanzarlo, nos decíamos, De algún modo aprenderíamos a no estar muertos. Nos dolía, casi lo tocábamos; Pero siempre nos quedábamos cortos. De modo que, Thomas, condenados estamos a morir. Oh, Tom, seguido lo repito, Que triste que seamos tan bajitos. Sí tan solo fuéramos más altos Y tocáramos la manga, el dobladillo de Dios, No tendríamos que dormir acompañando A los que ya se han ido, Un millardo, millón más, millón menos, de muchachos que bajitos como nosotros se irguieron cuan altos eran, y en ese estirón esperaron conservar su patria, su morada, su hogar, su cuerpo y alma. Pero, como nosotros, tenían los pies en un hoyo. Oh, Thomas, ¿será que algún día una raza se alzará, Atravesando el vacío, el Universo, todo? Y midiendo en fuego de cohetes, ¿Al fin estirará el índice de Adán Como en el techo Sixtino, Y vendrá desde el otro lado la mano de Dios, a regalarle el día eterno? Trabajo por ello. Hombre pequeño. Sueño grande. Lanzo mis cohetes entre ceja y ceja, Con la esperanza de que una pulgada de voluntad valga lo que una libra de años. Ansiando escuchar un grito desde el otro lado del camellón universal: ¡Llegamos a Alfa Centauri! ¡Somos altos, santo Dios, somos altos!
(Fuente: El hombre aproximativo)
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