sábado, 22 de julio de 2023

Ray Bradbury (EEUU, 1920 - 2012)

 

Si tan sólo fuéramos más altos

 
 
Aquella reja que entre los años caminamos,
nos equilibró serena;
Era un lugar a medio cielo donde,
En el verde de las hojas y la promesa de un durazno
Alzábamos la mano para tocar y casi tocar aquella mentira,
Aquél azul que no era azul.
Si pudiéramos de puntas alcanzarlo, nos decíamos,
De algún modo aprenderíamos a no estar muertos.

Nos dolía, casi lo tocábamos;
Pero siempre nos quedábamos cortos.
De modo que, Thomas, condenados estamos a morir.
Oh, Tom, seguido lo repito,
Que triste que seamos tan bajitos.
Sí tan solo fuéramos más altos
Y tocáramos la manga, el dobladillo de Dios,
No tendríamos que dormir acompañando
A los que ya se han ido,
Un millardo, millón más, millón menos, de muchachos
que bajitos como nosotros se irguieron cuan altos eran,
y en ese estirón esperaron conservar su patria,
su morada, su hogar, su cuerpo y alma.
Pero, como nosotros, tenían los pies en un hoyo.

Oh, Thomas, ¿será que algún día una raza se alzará,
Atravesando el vacío, el Universo, todo?
Y midiendo en fuego de cohetes,
¿Al fin estirará el índice de Adán
Como en el techo Sixtino,
Y vendrá desde el otro lado la mano de Dios,
a regalarle el día eterno?

Trabajo por ello.
Hombre pequeño. Sueño grande. Lanzo mis cohetes
entre ceja y ceja,
Con la esperanza de que una pulgada de voluntad valga lo que una libra de años.
Ansiando escuchar un grito desde el otro lado del camellón universal:
¡Llegamos a Alfa Centauri!
¡Somos altos, santo Dios, somos altos!
 
(Fuente: El hombre aproximativo) 

 

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