martes, 25 de julio de 2023

Bruno Pólack / Nilton Santiago (Perú)

 

Primer Manifiesto para ser leído ante los ángeles y los transeúntes




El vencedor debe incluir en su acción, siempre, las ideas del vencido. Debe darle corporeidad en sus reflexiones, corporeidad en sus pensamientos cotidianos y, saber que, desde ese momento, el vencido es el poeta que vive dentro de sí.

 Debe procurar sentir, internamente, cada vez que ve a alguien a la cara (en la caja del supermercado o comprando un ticket para el bus) que el vencido habita dentro de él y que él, y su propia voz, le pertenecen. Debe procurar ser siempre la moneda que gira en el aire, cae en la fuente y no llega a dilucidar nunca, con claridad, por las leves ondas del agua, cuál de sus dos lados es la suerte que el destino le depara. 

La realidad, por ejemplo, no es más que un pájaro encerrado en un espejo. Esta frase puede que no tenga sentido. El sentido es lo primero que debemos desterrar para que todo alcance “a ser”. En las bibliotecas hay gorriones en las estanterías. En los ejércitos hay tulipanes soñolientos y puede que, a partir del lunes, las estrellas de mar aparezcan colgadas de la noche del mundo. Hay quienes quieren que la realidad sea una sucursal bancaria, un ministerio. La realidad es la dinamita de la burocracia y huye de los diccionarios. El poeta no debe preguntarse ¿por qué? El poeta tiene que sentir al vencido dentro de él y liberar al pájaro del espejo de la realidad. 

Los poetas deben saber, desde hoy, el precio de las alubias y de las estrellas. El árbol que levanta su copa hasta la ventana del quinto piso es Dios. El verso que describe el árbol es Dios. La sensación perfecta que se convierte luego en un verso imperfecto es también Dios. El poeta debe saber viajar entre las galaxias mientras viaja en el bus hacia su trabajo de medio tiempo. 

He ahí el dilema: Dios es agnóstico. Entonces el poema barre las palabras bajo la alfombra del lenguaje y nos dice lo que subyace. La realidad cojea. Los cerdos nos piden nuestros currículos vitae, pero no tenemos más que biblias de ateos donde depositar nuestros sueños. El poema debería ser un mapa estelar para desorientar a la policía y a los cerdos. Jamás repartir carnet de poetas. 

Hermanos ángeles, hermanos transeúntes: los poetas somos hoy pólvora mojada. Nos han puesto de adorno en las repisas de las casas. Lejanos están los días en que la palabra de alguna de nosotros tenía algo de importancia en la construcción del alma humana. Nos han sentado a comer en la mesa de los niños. Les han quitado las cuerdas a nuestras guitarras y a nuestros violines. Han encerrado nuestros sueños en hermosos libros que nadie lee. Que nadie pretende leer. Que nadie sabe para qué debería leer. El neoliberalismo ha desactivado la fuerza explosiva y transformadora de la poesía. 

El poema es un rider que nos trae milagros por encargo. El poema retorna de donde nadie ha ido para traernos un puñado de luz. El poema alumbra haciéndonos cerrar los ojos. No están hechos los libros para la poesía. Tampoco los poetas están hechos para escribir poemas. Amable lector: usted es el poema que camina descalzo sobre “esa otra realidad”. 

Hermanos ángeles, hermanos transeúntes: hoy a los poetas nos han atiborrado de seminarios, becas y premios, y nos hemos contentado con todo eso. Hoy un poeta exitoso es aquel al que invitan con todo pagado a la mayoría de festivales alrededor del mundo. Basta un buen hotel, unos dólares de viáticos y una botella de vodka para contentar a un poeta y cerrarle la boca. Las universidades están llenas de poetas académicos y aburridos saltando de beca en beca lamiéndole el culo a los gringos. Con esto, sin duda, han querido ofrecernos un retiro digno. Nos han peinado y, de vez en cuando, nos dejan ostentar algo de excentricidad que nos permita recordar que alguna vez nuestra labor tuvo la dignidad de un verdadero aguafiestas. Nos han arrebatado el discurso. Nos han arrebatado la palabra. Hoy un poema tiene menos valor que la lista de la compra del supermercado. 

Hermanos ángeles, hermanos transeúntes: nunca antes, en apariencia, hemos sido más libres como hoy. Nunca antes, en apariencia, la palabra ha hecho tanto ruido que no se ha entendido del todo su significado. Nunca antes, como ahora, la palabra cierta ha causado tanta indiferencia. Nunca antes, como ahora, la poesía ha dado la sensación real de no servir absolutamente para nada. Cerremos los ojos y cerremos los libros para ver: esto es lo que nos dice la poesía. Los misterios de la vida y sus equinoccios no caben en una pantallita de teléfono hecha con alas de polilla. No hay apps que nos expliquen lo inexplicable: la emoción y la rebeldía. La vida como milagro. Olvidemos las becas y los becarios. Olvidemos el ruido de miles de filólogos queriendo explicarnos qué es la poesía para terminar hablándonos de sus tesis universitarias. ¡Plop! Aléjese de los bandoleros que le quieren decir “qué es un poema”. Aléjese de usted mismo. Verá el poema con mayor claridad. Hermanos ángeles, hermanos transeúntes: nunca, en apariencia, hemos sido tan libres como hoy y nunca como hoy el pensamiento diferente se reprime con la expulsión del paraíso. Nunca como hoy la libertad ha cambiado tan drásticamente de significado mientras los poetas erran por países, de congreso en congreso, sobre el futuro de la poesía. 

Sin embargo, no hay coloquios de ángeles. Tampoco los erizos se juntan para tejer mantarrayas. La libertad ha sido secuestrada por la libertad. La poesía es el camarero que le pone las copas a los gorriones que duermen en nuestro corazón. Los filólogos no nos explican eso en sus ponencias. Pero tampoco los poetas nos explican eso en sus ponencias pagadas y, hoy, solo nos hablan de sus egos infinitos basados en sus libros absolutamente finitos. El libro se ha convertido en la jaula de la poesía y la poesía, tampoco es ya, un pájaro que canta. La línea entre la realidad y la ficción, esa línea que entendíamos apenas marcada en la arena mojada, es hoy, un muro que va creciendo ladrillo a ladrillo. El ritmo de la poesía debe ser el ritmo exacto de los latidos del corazón mientras todo corazón humano, es en sí, un corazón arquetipo. La sombra de los árboles queda marcada en la pared aun cuando anochece. También el poema testifica en el tribunal de los culpables. De hecho, a su favor. No hay antología posible que recoja todas nuestras derrotas. Tampoco salen esquelas en los diarios anunciando la muerte de un puercoespín. La pérdida se llena de plumas en el poema. El dolor picotea los márgenes del lenguaje. Sí. Pero también hay que traer a la poesía otros símbolos: risas, misterios estropeados, amores por correspondencia. La poesía habla de todo porque no habla de nada. Ahí radica su misterio. ¿Entonces, quién les ha dado el carnet de poetas a los que viven repartiendo carnets de poeta? Hermanos ángeles, hermanos transeúntes: devolvámosle el fuego a las palabras que estaban hechas de fuego. Devolvámosle el balbuceo a las palabras que infinitamente balbuceaban. La poesía no es solo oficio para poetas, pero tampoco es oficio para personas ordinarias. Que todo aquello que indigna vuelva a indignarnos. Devolvámosle la sangre a nuestros rostros. 


Bruno Pólack / Nilton Santiago Lima / Barcelona, 2021 Diseño: Tall. Gráf. La Cortapisa

 

(Fuente; Voces del extremo)

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