jueves, 25 de septiembre de 2025

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947 / Reside en San Juan, Argentina)

 

 

CANINO

 

Mi perro murió
y yo me desencarné
de huesos,
niebla almística
y corazón,
una hora más tarde.
Teníamos en común:
la fidelidad,
la lealtad al ladrido empeñado,
mataduras callejeras,
ojos turbios,
la misma contractura de lomo
y caderas,
desgreñado el aspecto,
asqueroso el aliento,
los colmillos gastados,
quistes, artrosis,
pasmos,
leucopenia,
un sinfín de malas artes
y señales en el cielo
así como largueza compasiva
y odio por cumpleaños,
turistas,
y huevadas por el estilo.
Él allanó
el nudo
estremecido,
preguntándome algo,
revolcándome en algo,
sin respuestas de algo,
jadeando la inmediata
infravida,
desorbitado;
y en cuanto a mí,
me descolgué inflado
en aguas tofanas,
frío y doloroso el gesto,
horrorizado,
deshecho,
calculador
al pedo.
Me fue escaso
el tiempo:
no cavé su fosa,
tampoco sollocé
y menos
se me dio por resucitarlo.
Por lo que supe,
lo cargó un camión municipal
a la vera del río,
luna en 1/4 menguante,
el zonda arrasando el valle,
los sapos en el exilio
y los cardíacos en vilo.
Perdí el alma
en el descenso,
o pa'rriba,
triste fue la desventura
en el osario,
obligada la asamblea
huraña de los conmilitones.
 
Me fui,
no volví:
el diablo, la carne y el mundo.
 
Y en esto andamos,
trepando la lluvia,
desposando vestiduras,
añorando un abrazo
antes que nos borren
los gusanos
en ausencia total.
 

- Inédito -

 

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