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Tras la erupción
del Vesubio
y el choque
sobre los techos,
la turbación
que causaron la ceniza
y la temblazón colindante,
el cráter
que roncaba
su rencor añoso,
pájaros
que caían redondos,
cerdos y cabras
en corrales prietos,
esclavos que apuñalaban
amos cagones,
fuegos
y rayos que cruzaban
la tarde y la noche,
y el alba siguiente,
el ahogamiento
de gases sulfurosos
así carbónicos,
imprevista
obesidad
de cadáveres
se extendió
en el golfo
y los cerros
como agua tofana
y chaparrón pómez,
declinante horror
y letargo maltrecho,
sólo entonces
se vieron,
post mórtem,
aquellas estatuas falaces
que se desprendían
de la mar gruesa
y el estruendo del aire;
y Plinio el Viejo,
a las rastras
y tranquilo de muerte
en Torre d'Annunziata
tendido,
desvaído profuso
que de serenidad plena
se regocija
en ojo taxonómico,
tal elixir
antitufo
de pedantería
y de farsa.
- Inédito -
De "La gracia roma"
En preparación.
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