Digo
que Moby Dick
Y pernoctaba
con ella,
y en las mañanas
escarchadas
de San Rafael
saltaba conmigo
para calentarme las manos,
suavizar las paspaduras,
recordar que tenía orejas,
animar
el trabajo de la poda en las viñas;
me acompañaba
a la escuela,
guardapolvo casi harapos,
alpargatas,
un portafolio
de cuero viejo
que nos regalara
la tía Dedé,
la que trabajaba
en el Municipio
cuidándole la plata,
y un buen día
enriqueció a la carrerita.
Y el temible cetáceo
amagaba
caerse
desde el techo
en aquella pieza
de adobes y cañas
y piso de tierra apisonada.
Y yo
quería
constatar su armadura
de dientes y colmillos
que nunca vi,
pero el temblor me ganaba
y allí me encogía
en cama, bicho bolita.
Y el Pequod, el kraken
y Queequeg
engarraban el candil apagado
y lo bamboleaban
y sin reír, se reían de mí,
y me escurría entre las colchas
y no atinaba otra cosa.
Por ahí nevó:
de pronto
varias gallinas murieron,
dos gallos culo pelado,
la coneja Jacinta y los siete conejitos,
una chancha matrimoniada
con largos años,
y Loreta,
la catita de mi vieja,
corrió igual suerte.
Parecían hoja de repollo
quemadas con vinagre:
pelos y plumas engrudados
de alquitrán,
no escamas ni aires.
Las noches se venían encima
y en sus negros contornos,
como juego de niños
o de ostras,
la ballena se fijaba:
un tornillo ortopédico,
una maqueta de cadera,
una vena desprovista valvular.
La bocota,
emitía entonces,
la penetrante voz
de su congoja y desconcierto
que ahogaba fuera del agua
su cándido y feroz aullido,
su déjenme en paz.
En eso hubo
una exposición de rarezas
en 9 de Julio y Avenida Mitre:
"El blanco asesino cachalote",
"El monstruo más grande
del mundo nunca visto",
"Autenticidad y veracidad".
Entrada general: $ 1,50.
"Niñitos bien niñitos, gratis."
Grisácea, manchas grasientas
en el lomo,
pintarrajeada a la cal,
voraces los arponazos y martirios,
remendado un ojo,
el agujero que soltaba
el gran chorro
cubierto con papel de diario,
estirada de a metros
con cartones mal disimulados
en rictus animal
desposado con instantes
donde llovían
pólvora y municiones.
Me dieron muchas ganas
de llorar, de revolcarme
encaprichado,
de volver a las viñas,
era un coloso en bicicleta,
una funda de bolsas cosidas
y mentiras
que todavía sigo creyendo.
Ese domingo
con patente luz
y sol moribundo,
a la nochecita,
mi tío Paulito
sufrió su primera apoplejía,
se le notaba un azul de muerte,
desafectado,
sin flancos ni mensuras.
Pero no sabíamos
tanto de tanto,
repetíamos
que su alcohólico hígado
lo pateaba,
que el tabaco que mascaba
por horas
tal vez
no sólo le amarronaba
la boca y el bigote,
éramos tan brutos
y él abundaba salud.
- Inédito-
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