
.
Y Antígona no vino a enterrar a sus insepultos
hermanos,
o quizás en sombra sobre una roca-
otro, no mayor que su propio gesto o disposición, todos
abatidos por humo y
sombra. Así, el soporte de sus manos permanece abierto
y el solitario designio del acto flota.
Y así sollozar también por ella, y -
grande es el número de desconocidos. Las indivisas
lágrimas se dejan para repartirlas.
Alguien debe drenar las lágrimas por los no
llorados.
Porque nunca habrá tristeza suficiente, nunca suficiente recuerdo.
Las mujeres de antaño lo sabían.
Luctuosamente arrastrando sus cabellos sobre el suelo o retorciendo
sus dedos ellas entonaban su alarma
y golpeando sus sonajas realizaban su oficio.
Y todavía en la muerte -hasta ahora- no hay nada.
(Traducción: Rafael Patiño)
(Fuente: Grover González Gallardo Poesía)
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