Robert Fulton Taner
Si un hombre le pudiera hincar el diente a la mano gigante que lo atenaza y lo destruye como a mí me mordió aquel día esa rata en mi ferretería, mientras hacía la demostración de mi trampa patentada. Pero un hombre jamás puede vengarse de ese ogro monstruoso que es la vida. Entrás en una habitación: naciste; después toca vivir: ejercitar el alma, y, mirá, ahí está el cebo tan deseado: una mujer con plata para hacerla tu esposa, prestigio, posición, o poder en el mundo. Pero aún queda mucho por hacer, mucho por superar: sí, claro, esos alambres que protegen el cebo. Al fin lográs meterte, pero oís unos pasos: el ogro, que es la vida, entra en la habitación (te esperaba: escuchó el percutor chasquear) a verte dar mordiscos al fabuloso queso, y te mira con ojos incendiarios, te hace muecas burlonas y se ríe y te insulta, mientras vos, en la trampa, corrés desesperado: hasta que al fin le aburre tu desgracia.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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