
CARTA MORAL A LUCILIO
ESCRIBE SÉNECA (40 D. C.)
Solitario y débil,
el buey viejo
quiere pasto tierno
y los hombres,
no muy diferentes,
somos alimento
diario de la muerte.
Nuestros cocineros
circulando entre los fuegos
preparan manjares para muchos
y los labriegos en Sicilia
y en África, y acaso más allá
del mar de las tinieblas, siembran
hierbas aromáticas, hortalizas y frutales
para alimentar a Roma y a las ciudades
de los cuatro confines
en cada uno de los imperios.
Cada quien defiende con los dientes
su verdad en el foro.
Con discursos y denuestos
los antagonistas se acompañan.
La mujer discute con el marido.
Ambos escuchan el eco
de dos voces y como eso no les basta
engendran al hijo entre sollozos.
Condición del hombre es estar solo,
vivir lo breve en la incertidumbre.
En cualquier cosa que hagas, Lucilio,
pon tus ojos en la muerte.
Consérvate bueno.
FRANZ KAFKA SE COMPARA CON UN ERIZO (1912)
Doy dolor
a quien se me acerca.
Doy dolor.
Doy dolor.
Doy dolor.
De propia voluntad
entran en mi campo
de imanes, ¡tantos imanes!,
y salen descalabrados.
Me traen una pitanza
que he ganado lealmente
y me la tiran a la cara
como un escupitajo.
Yéndose,
me insultan
y se alejan retorcidos,
como tocados por el rayo
del demonio.
Y me dejan en carne viva,
en estas brasas,
con mis inútiles imanes
en medio de la noche.
PENUMBRA
La luz de la lámpara ilumina
el centro de la habitación y forma
un círculo en medio de las sombras.
Hay una zona de penumbra
donde se dibuja el perfil del hombre,
sentado frente a la máquina de escribir.
Un ventilador corta la noche del verano
y hace un ruido imperceptible,
como el de un insecto sabio
que convive con gente
que no lo quiere.
El individuo permanece quieto.
Parece una estatua en medio de la niebla,
mirando el fondo del valle
desde lo alto de la montaña,
distinguiendo un río,
hilo de plata hondo.
Lo miro desde lo oscuro
y permanezco callado.
Un moscardón viene desde la calle,
enceguecido se lanza como una bala
al centro de la luz
y luego cae, panza arriba, impotente.
Ahora las manos como rápidas
mariposas veleidosas van y vienen
por todas las teclas
o reposan en la mesa
antes de súbitos vuelos.
Ignoro lo que escriben
pero sé que es lo valioso,
que gracias a esas letras
que mañana saldrán en el diario
habrá alegría en los corredores de mi casa,
y las personas que se crucen con mi padre
en la calle, le dirán que es bueno
lo que dice, y verdadero,
y él vendrá donde nosotros a contárnoslo.
Ya me veo en mi bicicleta
en medio de las casas de quincha,
por pistas adoquinadas o de asfalto,
bajo el sol terrible
o bajo los algarrobos
o en la plácida noche que comienza,
llevando el artículo de mi padre
al periódico, silbando. Tantas veces.
Silbaba entonces, y silbo todavía,
agradecido, cuando mis manos
vuelan como mariposas
y escribo lo que quiero,
mientras mi padre
entre las sombras,
en lo más oscuro,
aguarda sonriendo.
Desde la alta montaña,
metido en el aire puro y en las nubes,
mi padre
mira a lo lejos,
al fondo del valle de lágrimas.
Su voz me llega como un susurro
que me corrige despacio despacio
cada línea.
DIATRIBA Y AMOR A LIMA
Altas cúpulas,
callejuelas estrechas
de tenderetes multicolores,
pulular de gente
en los atardeceres del verano
y el velo blanco de la muerte
que vio Melville.
Lima semeja a un fantasmal,
horrísono y descascarado barco
a la deriva, imagen real
de la decadencia, algarabía
de cornetas y bocinas,
grito presuntuoso del animal
que vive en cada hombre.
Lima está colmada de basura,
de validos y paniaguados,
de gente mezquina
que ha sentado sus reales
en todos los grupos sociales
y que saca ventajas de cualquier
ligero privilegio.
Pero aun así la queremos
como al pariente baldado
al que se protege
con la secreta esperanza
de un día curarlo
para siempre.
Tiene sus misterios
escondidos, lugares
que son verdaderos oasis
para el viandante fatigado.
Y hay amigos, amigos de verdad
en medio de la marea vocinglera.
Y puedes encontrar amor,
Diógenes, si lo buscas
con tu linterna.
BIBLIOTECA
No necesito leer todos los libros
que he ido acumulando por años.
Me basta mirarlos con afecto
y escoger uno por azar venturoso.
Los otros parecen que sonríen
y una conversación silenciosa
se inicia.
Quevedo está al lado de Góngora.
Les ha tocado compartir mis afectos.
Una carátula de cartón los separa.
Antes vivieron en la misma casa,
verdad que en años diferentes.
La sotana de Góngora tenía manchas
de grasa y la pelliza de Quevedo
un rojo concho vino como un mapa.
En un duelo de insultos Quevedo llevó la palma.
En otro de cartas, Góngora era el rey,
el dueño del garito. Ambos eran melifluos
con la gente de la corte que les devolvía,
ya se sabe, carantoñas a veces
y en otras aire gélido.
Pero el tiempo que estuvieron solos,
renegando contra el mundo,
o uno del otro, se dieron maña
para escoger las mejores palabras
castellanas, las más precisas
en el momento justo.
Ahora están cerca, se dan tapa con tapa,
nudo con nudo y hasta parecen amigos,
dos floretistas sin careta, sonriendo
en un momento de descanso.
Uno sueña con Galatea,
el otro con Maritornes.
Beben su copa de vino
lenta, lentísimamente.
Apago las luces y ellos siguen
hablando en el fondo de la biblioteca.
El mar de las tinieblas (1999)
Lima: El Caballo Rojo / Atenea, 1999, pp. 23-24, 37, 62-64, 90-91 y 168-169
(Fuente: Óscar Limache)
No hay comentarios:
Publicar un comentario