OBERTURA
I.
La voz, seducida por el eco, descendía en la luz del cielo.
Hace tanto.
Óvalos de cobre y nácar, detenidos rostros de un vitral;
esparcidas en el dolor, la orfandad, cantábamos con los ojos
entornados y sonreíamos.
Luego, el cielo se cargaría de nubes y luego, se desataría la
tormenta.
II.
Muerte al siglo XX. El deseo es el terror. La sinceridad es una
ermita; el amor, una ermita.
He tallado un rostro en el cuarzo. Lo he tatuado en la pleura, el
ventrículo izquierdo, el músculo sartorio.
Los bosques cumplirán un milenio al amanecer.
¿Amaneceremos con ellos?
Sentir beethovenianamente es una locura en estos tiempos.
Eugenia Cabral de “Iras y fuegos. Al margen de los tiempos”
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