Lo que se gana con la traducción
Siempre me gustó leer poesía en traducción. De hecho, lo prefiero. La poesía es el ruido que hace una lengua cuando se escapa a otra. Lo pasado, pisado; y lo perdido, mejor dejarlo a la imaginación. Hasta un poema mediocre adquiere en traducción una esencia inefable. Cuanto más se involucren los lectores, más van a disfrutar. Las malas traducciones, las traducciones torpes, son particularmente encantadoras. El poema es eso que el traductor no fue capaz de matar. Su voluntad de supervivencia, esa disposición al desarraigo, es admirable. Casi viril, diría. Un poema sin traducir está demasiado apegado a su autor. Todavía está crudo. Un poema intraducible que acapara su sentido, cuyas fronteras están demasiado custodiadas, mejor haga silencio. Durante años, copié a autores de todo el mundo. Un día se me ocurrió que tal vez imitaba al traductor, no al poeta. Esta idea me gusta y me hace querer escribir más. Estaría buenísimo aprender francés para leer a William Carlos Williams. Los traductores son los verdaderos trascendentalistas.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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