Canción para el que huye y encuentra el río
Patadas de ahogado
Sabe del amor maldito que merodea el río,
del canto de otra agua en el cuerpo de su esposa.
Ventea el lugar de la derrota y se encamina,
acerca el agua caliente de sus ojos
al ojo de agua del río.
El odio lo aprendió del río
de su azotar de piedras y mojarras,
pero el agua fluye y lo suyo es estancamiento,
el odio es para aquellos que saben agitarlo
que lo hacen correr y lo regresan
y en ese trajín un día lo pierden.
Por fin los encuentra, acostados y haciendo planes
en un claro que los pinzanes hacen para que los vea,
el odio es creciente brava,
chicotazo de agua en que se reconoce piedra.
Canción para el que huye y encuentra el río
Surge lo callado, lo allá adentro,
la falsa valentía de quererse solo
la sola querencia de falsear los hechos,
qué dulce es la cobardía cuando ya no se le huye,
sin más ceremonia que los perros ladrantes
que ventean la ruta de aquel que se aleja.
No vuelve la mirada
cree en su silencio una venganza justa
cree en el poder del que calla y otorga la nada.
Adelante el camino se mete en el agua
—tierra apagada para el paso—
se saca los huaraches y la ropa,
respira hondo y adentra el cuerpo,
una fuerza oculta lo arrastra bocabajo,
tira manotadas, sacude la cabeza
y rompe su semblante un llanto ahogado
pues sólo el río sabe cómo escarbar la carne
y desenterrar el agua.
Arritmia
Lo vi tantear el agua con ojos nadadores
y conectar su pulso con el flujo de las aguas,
lo vi adentrarse en la corriente y partir el agua a brazo limpio,
lo vi surcar la superficie con brazadas poderosas
y el relumbroso rezongar de su espalda requemada,
lo vi perder el paso, dudar su fe de nadador y tragar grueso,
lo vi rodar como en un despeñadero de cerros cincelados,
lo vi hecho un cabecear furioso, un reventar de manotazos buscando la salida,
lo vi sin fuerza entregarse al río y ahí donde su alma estaba,
un nuevo nicho ocupado por el agua.
Instrucciones para nadar
Nadar es una
cuestión de equilibrio; hay que moverse con maestría en las vigas
traslúcidas del agua. Ahogarse es caer de las alturas.
Lo primero es echarse bocabajo entre agua y cielo y sobre ese
filo hay que correr el pecho. Los que se ahogan traen enterrado un río
entre pecho y espalda.
Si eres arrastrado por un remolino, no temas, el agua es ciega
como su propia furia, todo lo que llega a ella es tocado con su lengua
para reconocerlo.
Si el agua te jala a sus entrañas, lo mejor es esperar a que te
suelte y no desesperar, que cuando empiezas a tirar patadas ya casi eres
un ahogado.
Estando en el agua hay que agarrarse del resuello y soltar el
cuerpo. Flotar, dejarse llevar por la corriente, ser uno en la sangre,
del pulso del río.

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