martes, 25 de noviembre de 2025

Rafael Felipe Oteriño (La Plata, 1945)

 

 

De: Lo que se puede hacer con el fuego (2023)

 



 

LA EXTRACCIÓN DEL AGUA


Nada sucedía que no volviera a suceder: 
la palanca una vez alta, otra vez baja; 
los dos movimientos encadenados y sucesivos 
para extraer el agua del pozo.

Y el futuro, desde entonces, era eso: 
primero, agua turbia, con cristales de mica en el fondo; 
luego, borbollones sucios, inaptos para beber; 
recién, al final, agua fresca, hasta empañar el vaso.

Esa arquitectura había abolido el azar.
De ella aprendimos a descubrir la insistencia: 
tanto la oscuridad de la que nacen las cosas 
como la afinación con la que terminan.

Tuvo que transcurrir toda la vida para saberlo: 
un viaje de ida y vuelta para enfrentar el vacío, 
y la ambición de impedir que, en el trayecto, 
lo que había comenzado a brotar se corte.

De este modo, sin pedir la palabra, Ella habrá hablado,
aunque debas esperar toda la vida
para entender lo que dice,
mientras el lugar desaparece en poder del humo.

Detente, quédate ahí, abre despacio esa puerta, 
ahora que el tiempo se vuelve espeso en tus manos.
No había que pensarlo dos veces
para rescatar esta música extremada.

Consérvala como si la escucharas por última vez 
(con una pizca de dolor entremezclada con alegría). 
Que sea tu diapasón y tu lágrima.
Nunca bebiste agua tan fresca.                               a J.M.O.




ACTO DE FE


Me aferro al rayo de sol, al grano de arena, 
a la nube que cruza de oeste a este.
Me aferró al agua que bebo y a la tierra que piso, 
a la corteza del árbol y a la raíz.

Me aferro al mes de julio, 
a las páginas del Quijote, 
a la lluvia lenta y a la pajarita de papel.

Me aferro al ámbar, al lapislázuli, 
a las vetas de la madera, 
a la piel del durazno y a la oración.

Me aferro al fagot grave, al solo de violín, 
al Adagietto de Mahler.

Me aferro al mar porque es mar 
y a la roca porque es roca, 
al laberinto porque me extravía 
y a la línea del horizonte porque me llama.

Me aferro a las enumeraciones, 
a la cifra exacta, al número impar.

A la niebla
que pronuncia, en sus intervalos, 
el nombre de Dios
y deja al descubierto una gran colina blanca.
Me aferro al viento,
a la noche oscura, a los senderos de grava.

Al viento, al viento
que desespera en las hojas
y borra, con misericordia, todas las señales.

 




SALMO

Nunca se equivocaron 
los Viejos Maestros 
W. H. Auden

El mundo existe, las cosas existen: 
la piedra, el sol, el aire, 
el pájaro en vuelo 
y la primavera en la rama.

Cuando el desánimo nos abate 
la memoria se encarga de recogerlos 
y forma con sus semillas 
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.

También la ola, el claro del bosque, 
las iglesias góticas 
y los campos de lavanda 
nos salvan de la tristeza.

Eso lo sabían los Viejos Maestros, 
y amaban la perspectiva, 
los álamos de Italia 
y la sal de la tierra.

Eran incansables: repetían 
el oro brillante y la esfera celeste, 
las nubes en el cielo 
y el suelo bajo los pies.

Que lo visible perdure,
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles.


(Del libro Antología personal
-1966-2023-), Libros del
Zorzal, 2024)


(Fuente: La Biblioteca de Marcelo Leites)


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario