sábado, 2 de mayo de 2020

Eavan Boland (Dublin, Irlanda, 1944 - 2020)




Y alma




Mi madre murió un verano—
el más húmedo según los registros del estado.
Las cosechas se podrían en el oeste.
Los manteles a cuadros se disolvían en los jardines traseros.
Las reposeras vacías acumulaban agua de lluvia.
Mientras iba hacia ella
a través del tránsito, a través de las lilas que goteaban turbias
detrás de las casas
y en las veredas,  para brindarle
el último homenaje de una hija, pensé en algo
que recordé
haber oído una vez, que el cuerpo es, o
dicen que es, casi todo
agua y mientras giraba hacia el sur, que la nuestra es
una ciudad de eso,
una en la que
cada día los elementos comienzan
un viaje hacia otro que jamás,
debido al clima,
falla—
            el océano visible en los bordes que lo delimitan,
color de nube alcanzando el aire,
con el Liffey almacenando uno y emplazando al otro,
la sal recibiendo en el North Wall la falta de aquello y,
como si esto no fuera suficiente, todo ello
terminando casi todas las tardes
en nuestro discurso—
costa   canal océano río corriente y ahora
madre y seguí manejando y aunque
la mente no es confiable cuando sufre, en
el próximo aguacero casi parecías
que podían ser las sombras uno del otro,
el modo en que el cuerpo es
de cada uno de ellos y ahora
ellos estaban otra vez en marcha— niebla en neblina,
neblina en bruma de mar y ambas en el esmalte aceitoso
que reposa en las barandas de
la casa donde ella se moría
a medida que yo entraba.

                                                           
Eavan Boland, Dublin, 1944
de Domestic Violence, W.W. Norton & Company, Inc., 2007
versión © Silvia Camerotto



And Soul




My mother died one summer—
the wettest in the records of the state.
Crops rotted in the west.
Checked tablecloths dissolved in back gardens.
Empty deck chairs collected rain.
As I took my way to her
through traffic, through lilacs dripping blackly
behind houses
and on curbsides, to pay her
the last tribute of a daughter, I thought of something
I remembered
I heard once, that the body is, or is
said to be, almost all
water and as I turned southward, that ours is
a city of it,
one in which
every single day the elements begin
a journey towards each other that will never,
given our weather,
fail—
       the ocean visible in the edges cut by it,
cloud color reaching into air,
the Liffey storing one and summoning the other,
salt greeting the lack of it at the North Wall and,
as if that wasn't enough, all of it
ending up almost every evening
inside our speech—
coast canal ocean river stream and now
mother and I drove on and although
the mind is unreliable in grief, at
the next cloudburst it almost seemed
they could be shades of each other,
the way the body is
of every one of them and now
they were on the move again—fog into mist,
mist into sea spray and both into the oily glaze
that lay on the railings of
the house she was dying in
as I went inside.



(Fuente: El poeta ocasional)

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