miércoles, 27 de mayo de 2020

Julia Wong (Perú, 1965)



La niña del agua


Estaba allí y no supe qué decirle, su mirada me  atravesaba turbia, tan penetrante, casi atacando cada poro cálido  inusitado a desmentirme que Lima era una ciudad costera y fresca porque el mar estaba a la vuelta de la esquina.
Mi casa se había  inundado y yo salí a caminar por el malecón. Estaba poco más que triste con las noticias del huayco, me había deprimido de sobremanera. En medio de la desolación, supe que tenía que volver a mi departamento a resolver el problema del agua.
Aquella foto de una niña ahogándose allá por milnovecientosochentaidos, cuando ese fenómeno del Niño costero había destruído el puente precario que cruza el río Chamán, no podía salir de mi mente.
Nunca quise nombrar las cosas como los otros las nombraban,“corrupción política“, „castigo del cielo“, „revancha de la naturaleza“, „lecciones para el alma“, „apocalipsis sudamericano“, „cambio de era geológica“.
Una satisfaccion insana solía estremecerme al ver la foto de esa niña perdiéndose sobre un tronco de madera mientras el río se la llevaba.
¿Cómo iba a poder reconocer  ante los amigos que eso me daba un placer impronunciable?, observar que la niña se aferraba, sin embargo el agua le ganaba en fuerzas  y ella se perdía en la inmensidad de la riada.
Guardé esa foto por muchos años, tenía predilección en escoger lecturas sobre catátofres provocadas por el agua, vi todos los documentales y películas que llegaron a mis ojos sobre el tsunami en Indonesia, durante tres años vi cientotres videos de youtube sobre la imparcialidad del agua en Java,  toda esa masa de agua destruyendo, como repito encontraba un placer inigualable que nunca supe explicar.
Casi 30 años después, mi hija ha olvidado el caño abierto mientras dormíamos y al levantarnos la sala estaba inundada. El huayco trujillano, de ese Trujillo donde nacieron  Dios y Vallejo, pero tan tan lejanos de esta Lima excesivamente calurosa y poco fresca, me recuerda que es mi madre, también trujillana , la que con sus huesos enclenques  me ayudó a pagar este piso barranquino,donde casi en silencio mi hija y yo secamos las patas de los muebles, exprimimos toallas, tratamos de secar la alfombra con la secadora de pelo. Usamos todos los polos viejos para  dehumedecer un poco el piso  de parquet chusco que empieza a levantarse sin clemencia y de pronto aparece la misma niña que estaba flotando en esa madera semi-sumergida sin piedad en el río Chamán-
-¿Éres tú? -le pregunto.
Sonríe, se sienta en el piso que acabo de secar después de tres horas de arduo exprimir toallas y ropa.
Se estira en el piso, acuosa, enlodada, soberbia y soberana,- Sí, soy yo -dice y vuelve a humedecer el  parquet desgastado y me invita a rehacer su historia para no olvidarla jamás.



Agua intranquila


Escribo un poema sobre la rebeldía del agua /me mojo las ingles y la entre pierna pero no seco mi sed/ Solo se me ocurre la palabra desierto y rasco mis talones.
Escribo un poema sobre el agua que moja mis dedos de rojo, ¿cuando se volvió roja , cuándo?
Escribo un poema sobre la lluvia y el nombre de una ciudad quebrada que no conozco pero me fascina que este mojada/
Escribo un poema sobre un hombre metiendo su mano bajo mi falda en plena primavera alemana, cuando suele llover mucho en el sur del país.
Escribo un poema sobre la lluvia marrón de Macau, el viento se lleva un florero.
Mi padre dice, déjalo, déjalo que se rompa. No importa que se caiga, no trates de  agarrarlo, el viento es más fuerte que tú, el agua nos sepultará.
Escribo un poema sobre las manos callosas de mi padre, tocando mi frente mientras duermo
¿Qué quieres papá?, -le pregunto.
No hay agua dice, incluso después de la tormenta  / arrastra sus pies y su bastón. Dame un vaso con agua. En Macau llueve en los jardines.
El  tiene miedo que nos muramos de sed
Siempre le he temido al desierto /dice
Escribo un poema sobre el agua que chorrea de las calaminas viejas.
La tierra enlodada  encaramándose hasta mis labios secos.
Porque el agua se ha enardecido con todo/ empieza a  introducirse bajo los cuadernos amarillos de los niños a la hora de la siesta.
Los caños revientan/
La noche sufre y parece olvidar la felicidad de sus átomos graves/
Agua agua agua/
El agua parece crecer como sábana, camión, ambulancia, helicóptero, sudor de  fierro, ácido de verano eterno que nos domina, óxido del amor que corroe la falange rupestre.
Gota a gota se moja el colchón donde la perra rabiosa mordió a su cría/
Y mojamos nuestros venenos en la trampa de la nube onerosa que domina la vigilia.



Trece


Este dado eterno que el Agua primera convoca / sacando la furia de la entraña que parece adormilada. Este número que al tirar los cubos sagrados a la superficie se repite, grita trece/ trece /trece/
Y así la en-sima destructora de la vida que se ensaña con la sangre requerida para la próxima cosecha de hombres sabios, endometrios que sabrán guarecerse en pilares sobrios y constantes. Aquí no hay nada. Aquí nunca hubo  nada, sólo este triste trece eterno, del dado más sangrante que se lava a la distancia







(Fuente: Vallejo & Co.)

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