LOS PAREDONES DE PRIMAVERA
No enseñaré a mi
hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay
arroyos cristalinos
ni agua clara que
beber.
Su mundo será de
aguaceros infernales
y planicies oscuras.
De gritos y gemidos.
de sequedad en los
ojos y la garganta.
de martirizados
cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es
bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.
Lo llevaré a
Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá
pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con
pena el pájaro que canta,
la risa de los
soldados
los escuadrones de
la muerte
los paredones en
primavera.
Tendrá la memoria
que no tuvimos
y creerá en la
violencia
de los que no creen
en nada.
VALIENTE CIUDADANO
A María Inmaculada
Barrios
Morid con el
pensamiento
cada mañana y ya no
temeréis morir.
(Tratado Hagakuse)
Dame, señor,
una muerte que
enfurezca.
Una muerte tan
ofensiva
como a los que
ofendí.
Una muerte que
soporte la lluvia
de Santiago de
Compostela,
y de paso,
mate a los que me
ofendieron.
Dame, señor,
esa muerte de la
intemperie
que sorprende y
tranquiliza.
Haz que esté
largando mocos y lágrimas,
suplicando piedad
y deseando muerte
ajena.
Haz, señor,
que aquel hombre con
piel inédita
reconozca en mí al
animal de los olivares.
Que su cuerpo pese
sobre el mío
y haga dulce
la entrada al fuego.
Te prometo haberlo
visto todo.
La misma culpa con
la que nací,
el mismo furor.
Haz, señor,
que esté escuchando
a Vinicio de Moraes
y a María Betania
y prometiendo que
mañana,
lunes,
me inscribiré en un
curso para aprender brasileño.
Que venga la muerte
cuando descubras en
mí
alguna oculta
intención de poder
y cuando sepas,
por tus informantes,
de mis maniobras
para pasar la historia.
Cuando te digan,
señor,
que he agotado todos
los recursos de la fatiga
sin pedir clemencia,
entonces, señor,
dame duro.
Haz que este golpe
que tengo en la frente
por abrir puertas a
cabezazos
se ponga
rojo,
latiente,
doloroso.
Supongamos, señor,
que eres el
bing-bang.
Que ningún
territorio escapa a tu vigilancia.
Que los hots-dogs
son tema de tu predilección.
Que tu deseo de mí
es parte obscena
de tu personalidad.
Entonces, señor,
examina mi estómago
abultado
por los espaguetis
de Portofino
por las favadas del
Guernica
por los pasteles de
coliflor de mi madre
por los largos
tragos de cerveza y ron.
Espía, señor, los
rostros de mi espejo en el espejo,
yo, la pusilánime
astuciosa
la del dedo en el
aire
abanicando a la
aburrida concurrencia.
Podrías venir al
cine, señor.
Veríamos Brazil,
La vaquilla,
Un día de campo,
El cartero y Gatsby.
Me escucharías
sacudida por la risa
y el temor.
Permíteme, señor,
contemplarme cómo
soy:
el rifle en la mano
la granada en la
boca
destripando a la
gente que amo.
Acuéstate conmigo
en la madrugada, señor,
cuando mi
respiración es un golpe de piedras
en la corriente del
río.
Y verás como nada,
ni siquiera la leche
de tus cantares,
puede darme una
muerte que me enfurezca.
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