miércoles, 20 de mayo de 2020

Theodore Roethke (EEUU, 1908 - 1963)



En una hora oscura

 

En una hora oscura el ojo comienza a ver,
Encuentro a mi sombra en la penumbra que se intensifica,
Escucho mi eco en el bosque resonante–
Un señor de la naturaleza sollozando junto a un árbol.
Vivo entre la garza y el reyezuelo,
Bestias de la colina y serpientes de la guarida.
¿Qué es la locura sino nobleza del alma
Enfrentada a las circunstancias? ¡Las llamas devoran el día!
Conozco la pureza de la desesperación pura,
Mi sombra clavada a un muro que suda.
Ese lugar entre las rocas –¿es acaso una cueva
O un sinuoso camino? Es el borde lo que tengo.

¡Una constante tormenta de correspondencias!
Una noche que fluye con los pájaros, una luna harapienta,
¡Y en pleno día la medianoche llega de nuevo!
Un hombre va lejos para averiguar lo que él es–
La muerte del Yo en una larga noche sin lágrimas,
Todas las formas naturales irradiando luz antinatural.

Oscura, oscura mi luz y más oscuro mi deseo.
Mi alma, como alguna mosca veraniega enloquecida por el calor,
Sigue zumbando en el umbral. ¿Qué Yo es el mío?
Un hombre caído, asciendo para salir de mi miedo.
La mente entra en sí misma y Dios entra en la mente,
Y uno es el Uno, libre en el viento que desgarra.





Canción macabra sobre la epidermis

 

Descortés es aquel que aborrece
El aspecto de sus ropajes carnales,
El efímero tejido cosido sobre el hueso,
La vestidura del esqueleto,
La prenda que no es pelaje ni pelo,
El manto de la maldad y la desesperación,
El velo largamente profanado
Por caricias del ojo y de la mano.
Soy sin embargo tan indecoroso,
Que odio mi vestimenta de piel,
La salvaje obscenidad de la sangre,
Los harapos de mi anatomía,
Y con gusto prescindiría,
De los falsos accesorios del sentido,
Para dormir sin pudor:
Un muy carnal fantasma
De intenso color carne.


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