Buen provecho
Le deseo buen provecho
a la vieja y frágil pescadora
(menuda,
no es más que un simple
paquete de huesos,
aligerado con los años,
y atrapado
en una red de arrugas)
que, camino al mercado,
se ha parado
a desayunar de un pronto
en un chiringuito de té,
y está sentada encorvada
sobre un guiso de chícharos
– su plato preferido –
en una mesa tambaleante,
partiendo un trozo de pan
con sus garras filosas
para mojarlo en la salsa ligera
salpicada de chiles rojos,
y que en este mismo momento,
apuesto, tiene la boca aguada
ya que casi puedo sentir
su saliva
en mi boca.
(Fuente: El poeta ocasional)
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