Máquina respiratoria
I
He preparado una cúpula de
cristal para observar el secreto de las afinidades y traslaciones. La
he dotado de un dispositivo que la cierra herméticamente y guarda en su
interior el aire denso que respiran las almas.
En la noche tomé unos conejos y los introduje en el domo transparente.
Una lámina de fuego proyectaba formas y figuras en todas direcciones.
Durante más de una hora, los animales corrieron aterrorizados y con sus
dientes y patas trataban de excavar un túnel en la pared circular. Poco a
poco dejaron de moverse. Un vapor azuloso salía de sus pequeños hocicos
y su volumen era igual al aire restado en la cúpula.
El vapor es el alma de los conejos. Y en ellos el alma es el miedo: un
casi ojo tenue, inmóvil que hiere la mirada de quien los contempla sin
misericordia.
II
Después reemplacé a los conejos por unos perros que se crían para
pelear. Elegí los ejemplares más feroces: un macho absolutamente blanco y
dos hembras de colores contrapuestos, una de gruesas bandas doradas y
la otra negra.
Con la misma lámina de fuego empecé a trazar entrantes y salientes;
dibujé paredes compactas, tejados fantasmas, pequeños abismos. Una
abigarrada construcción de luz bullía en la cúpula y el aire denso
circulaba con dificultad. Los perros gruñían en el laberinto, intentaban
mordiscos y sangrientos abrazos, se producían heridas profundas. Su
respiración era una nube rojiza.
Entonces trasladaron sus colores: el animal blanco absorbió el negro de
la hembra y grandes zonas dolorosas invadieron el pelaje de la perra
dorada. El alma de estas fieras es su perturbación y en estas
condiciones espirituales cualquier ser es enemigo. Pierden el propio
color para contaminar a la entidad agresora. Es su alma reducida a
colmillos y cicatrices.
III
Ahora solo falto yo. Voy a entrar en la cúpula. Sellaré con pez todas
las junturas y me enroscaré como una blanca crisálida. Mis ojos y poros
exudarán un hilo de remordimiento impulsado por el viento de mis
pulmones.
Toma el amor de mi alma que es respiración y mídelo en su ardorosa
exactitud. El volumen de aire que devora es idéntico al volumen de aire
que expulsa, pero su calor es diferente. La combustión ocurre en un
órgano desconocido que determina la fuerza de las afinidades y
traslaciones: el amor inhalado es igual a mi amor exhalado pero cada
molécula que sale despavorida es una renuncia o una pérdida. Es como la
estrella que se hunde en un punto desolado del espacio y se niega a
brillar o como la flor de cien pétalos que anuncia la carroña.
Mi flor de cien pétalos es cruel. Mi flor de cien pétalos es santa y mi santidad es mi inocencia.
La magnitud de inocencia que ocupo es la que desplazo. Toco con mi
lengua y mis labios el vaho incomprensible adherido al vidrio.
Beso noche o beso luz.
Las almas envenenadas que reclamo en este vientre combado de cristal son las que recibo.
en La espalda es frontera, 2016
(Fuente: Descontexto)
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