sábado, 23 de mayo de 2020

Mariano Rolando Andrade (Buenos Aires, 1973)



El entierro de Stevenson
 

De pie ante tu tumba blanca,
veo el océano que te trajo
y la jungla que te amparó,
las montañas que quizás
te llevaron a Escocia.
Veo a los jefes samoanos
recibir la noticia
“Ha muerto Tusitala”,
que partió de la casa en Vailima
una noche de diciembre.

De pie ante tu tumba blanca,
comprendo tus dos deseos:
ser enterrado en lo alto
de la montaña Vaea
y llevar las botas puestas.
Pocos son los palagi
que han merecido lágrimas
en estas islas y mares
saqueados sin descanso
por las plagas de Occidente.

De pie ante tu tumba blanca,
gran Tusitala del norte,
veo las antorchas y escucho
los brazos de doscientos
surcando la tierra cuesta arriba.
El resto de Samoa se pregunta
“qué desgracia nos ha caído”,
y en la morada de Vailima
alguien prepara tu mortaja
y viste tus pies desnudos.

Llega la temida mañana ya,
tus anfitriones te acompañan
y los más fuertes cargan
el ataúd hasta lo alto de Vaea,
la cima de la tumba blanca.


 

El poeta de las manos rotas
 

I
Desperté una noche
tras veinte años
y entendí el dolor:
mis manos yacían
destrozadas
a golpe de martillo
sobre la mesa de trabajo.
Primero lloré;
siguió el silencio.
¿Qué hacía yo
con las manos así,
añicos y poco más?
¿Quién se había
ensañado en mi sueño?
Ya nunca más
crearé versos, me dije.
Se acabó.
Tu suerte al fin
es la de tantos hombres
abatidos
a mitad del camino.
Miraba mis manos
y callaba.
Callaba y miraba.
Desahuciado,
recordé al músico
que perdió sus dientes
y huyó para renacer.
Temblé, la sangre
caliente sobre la mesa.
¿Y yo?
¿Adónde podría ir?
¿Adónde curaría
estos dedos
y esta garganta?


II
A los Mares del Sur,
escuché decir a Rimbaud
                          desde Java.
A los Mares del Sur,
susurró Conrad en el Otago,
enterrado en Tasmania.
¡Sí, a los Mares del Sur!,
gritó solitario Melville
                          en Nuku Hiva.
¡Eso, a los Mares del Sur!,
escuché a Stevenson
en Vailima y a London en Viti Levu.


III
Cesó el llanto.
Recogí mis restos
y así partí,
feliz en la negrura.
Quienes me veían
sonreían
y murmuraban:
“Ahí va,
déjenlo solo:
es el poeta
de las manos rotas”.





Puertos que soñé


Hay ciudades
que nunca despiertan,
somnolientas
por el bochorno,
el mar detenido
frente a costaneras
de niños y cemento,
frutas y mujeres
en mercados eternos.
Port Vila, Apia, Nuku’alofa:
puertos
que soñé míticos,
sin presente,
anclados en la nostalgia
de haber sobrevivido
al océano
y sus fieras embarcadas,
el fuego, ciclones.
Los rostros jóvenes
sedientos,
atrapados en el futuro,
desgarrados
del viente de las islas.
Ukeleles y agrios sorbos
de boles de kava,
las loas
a Iesu Kerito.
En cada muelle
dormita un viejo carguero
de bandera incierta,
como en los bares,
algún viejo occidental
que morirá solo y lejos
mientras el horizonte
prepara tormentas
y la bruma del calor nos seda.



(Fuente: Tuerto rey)

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