domingo, 24 de mayo de 2020

Donna Tartt (EEUU, 1963)



  El poema del jilguero





Todo lo que nos enseña a hablar con nosotros mismos,
lo que nos enseña a salir de la desesperación
entonando una canción, es importante.
Pero el cuadro también me ha enseñado
que podemos hablar unos con otros a través del tiempo.
Y tengo la impresión de que hay algo muy serio
que me interesa decir al lector inexistente.

Que la vida es entre muchas otras cosas, breve.
Que el destino es cruel pero quizás no sea arbitrario.
Que la naturaleza (en el sentido de la Muerte) siempre vence,
pero eso no significa que tengamos que resignarnos
y arrastrarnos ante ella.
Que aunque no siempre nos alegremos de estar aquí,
tal vez sea deber sumergirnos igualmente,
vadear en línea recta a través del pozo negro,
manteniendo abiertos los ojos y el corazón.

Y en nuestro agonizar
mientras nos levantamos de lo orgánico
y nos hundimos de nuevo
de manera ignominiosa en lo orgánico,
es un privilegio y un honor amar
lo que la Muerte no puede alcanzar.

Pues si la catástrofe y el olvido
han acompañado a este cuadro
a través de todos los tiempos,
más lo hará el amor.

En la medida en que es inmortal (y lo es),
yo desempeño un pequeño,
brillante e inmutable papel
en esa inmortalidad.

Existe, y sigue existiendo.
Y sumo mi amor a la historia
de cuantos han amado
a los objetos hermosos
y han velado por ellos,
los han librado de las llamas,
los han buscado cuando estaban extraviados
y han procurado conservarlos y rescatarlos
mientras pasaban literalmente
de mano en mano,
cantando con alegría
desde el naufragio del tiempo,
a la siguiente generación de amantes,
y a la siguiente.



(Fuente: Emma Gunst)




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